Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 97

Una tarde, se encontraron los dos solos en la carretera. —Mochuelo —dijo la niña—. Sé dónde hay un nido de rendajos 335 con pollos emplumados. —Dime dónde está —dijo él. —Ven conmigo y te lo enseño —dijo ella. Y, esa vez, se fue con la Uca—uca. La niña no le quitaba ojo en todo el camino. Entonces sólo tenía nueve años. Daniel, el Mochuelo, sintió la impresión de sus pupilas en la carne, como si le escarbasen con un punzón. —Uca—uca, ¿por qué demonios me miras así? —preguntó. Ella se avergonzó, pero no desvió la mirada. —Me gusta mirarte —dijo. —No me mires, ¿oyes? Pero la niña no le oyó o no le hizo caso. —Te dije que no me mirases, ¿no me oíste? —insistió él. Entonces ella bajó los ojos. —Mochuelo —dijo—. ¿Es verdad que te gusta la Mica? Daniel, el Mochuelo, se puso encarnado. Dudó un momento, notando como un extraño burbujeo en la cabeza. Ignoraba si en estos casos procedía enfadarse o si, por el contrario, debía sonreír. Pero la sangre continuaba acumulándose en la cabeza y, para abreviar, se indignó. Disimuló, no obstante, fingiendo dificultades para saltar la cerca de un prado. 335 Ave americana del orden de las paseriformes, de color negro brillante, pico de igual color, ribeteado de a marillo, y ojos también negros con un círculo amarillo, de canto hermoso, capaz de imitar la voz de otros animales y que cuelga su nido, en forma de botella, en las ramas delgadas de los árboles más altos.