Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 66

ante los balcones de las Guindillas se detuvo. Portaba una botella en la mano derecha y, con la izquierda, se rascaba incesantemente el cogote. Las frases que voceaba hubiesen resultado abstrusas e incoherentes si todo el pueblo no hubiera estado al cabo de la calle. —¡Viva la hermana pródiga! ¡Viva la mujer de los muslos escurridos y el pecho de tabla!... —Hizo un cómico gesto de estupor, se rascó otra vez el cogote, eructó, volvió a mirar a los balcones y remató: —¿Quién te robó el corazón? ¡Dimas, el buen ladrón! Y se reía él solo, incrustando el poderoso mentón en el pecho gigantesco. Las Guindillas apagaron la luz y observaron al escandaloso por una rendija de la ventana. "Este perdido tenía que ser", murmuró Lola, la Guindilla mayor, al descubrir los destellos que el mortecino 250 farolillo de la esquina arrancaba del pelo híspido 251 y rojo del herrero. Cuando éste pronunció el nombre de Dimas, le entró una especie de ataque de nervios a la Guindilla menor. "Por favor, echa a ese hombre de ahí; que se vaya ese hombre, hermana. Su voz me vuelve loca", dijo. La Guindilla mayor agarró el cubo donde desaguaba el lavabo, entreabrió la ventana y vertió su contenido sobre la cara de Paco, el herrero, que en ese momento iniciaba un nuevo vítor 252 : —¡Vivan las...! El remojón le cortó la frase. El borracho miró al cielo con gesto estúpido, extendió sus manazas poniéndose en cruz y murmuró para sí, al tiempo que avanzaba tambaleándose carretera adelante: —Vaya, Paco, a casita. Ya está diluviando otra vez. Mortecino: bajo, apagado y sin vigor Híspido: disperso y duro (dicho del pelo) 252 Vítor: viva, aplauso. 250 251