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Don Moisés, el maestro, era un hombre alto, desmedrado 111 y nervioso. Algo así como un esqueleto recubierto de piel. Habitualmente torcía media boca como si intentase morderse el lóbulo de la oreja. La molicie 112 o el contento le hacían acentuar la mueca de tal manera que la boca se le rasgaba hasta la patilla, que se afeitaba muy abajo. Era una cosa rara aquel hombre, y a Daniel, el Mochuelo, le asustó y le interesó desde el primer día de conocerle. Le llamaba Peón, como oía que le llamaban los demás chicos, sin saber por qué. El día que le explicaron que le bautizó el juez así en atención a que don Moisés "avanzaba de frente y comía de lado", Daniel, el Mochuelo, se dijo que "bueno", pero continuó sin entenderlo y llamándole Peón un poco a tontas y a locas. Por lo que a Daniel, el Mochuelo, concernía 113 , es verdad que era curioso y todo cuanto le rodeaba lo encontraba nuevo y digno de consideración. La escuela, como es natural, le llamó la atención más que otras cosas, y más que la escuela en sí, el Peón, el maestro, y su boca inquieta e incansable y sus negras y espesas patillas de bandolero. Germán, el hijo del zapatero, fue quien primero reparó en su modo de mirar las cosas. Un modo de mirar las cosas atento, concienzudo 114 e insaciable 115 . —Fijaos —dijo—; lo mira todo como si le asustase. Y todos le miraron con mortificante detenimiento. —Y tiene los ojos verdes y redondos como los gatos — añadió un sobrino lejano de don Antonino, el marqués. Otro precisó aún más y fue el que dio en el clavo: —Mira lo mismo que un mochuelo. Y con Mochuelo se quedó, pese a su padre y pese al profeta Daniel y pese a los diez leones encerrados con él en una jaula y pese al poder hipnótico de los ojos del profeta. La mirada de Daniel, el Mochuelo,por encima de los deseos de su padre, el quesero, no servía siquiera para apaciguar 116 a una jauría 117 de chiquillos. Daniel se quedó para usos domésticos. Fuera de casa sólo se le llamaba Mochuelo. Su padre luchó un poco por conservar su antiguo nombre y hasta un día se peleó 111 Dicho de una persona o de una cosa: Que no alcanza el desarrollo normal. Blandura de una cosa o de una materia. 113 Atañer, afectar, interesar. 114 Dicho de una persona: Que estudia o hace las cosas con mucha atención o detenimiento. 115 Que no se puede saciar. 116 Poner en paz, sosegar, aquietar. 117 Conjunto de quienes persiguen con saña a una persona o a un grupo. 112