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La madre intervenía, precavida: —Deja al chico ya; le enseñas demasiadas cosas para la edad que tiene. Se lo quitaba al padre y le acostaba. También su madre hedía a boruga 102 y a cuajada. Todo, en su casa, olía a cuajada y a requesón. Ellos mismos eran un puro y decantado olor. Su padre llevaba aquel tufo hasta en el negro de las uñas de las manos. A veces, Daniel, el Mochuelo, no se explicaba por qué su padre tenía las uñas negras trabajando con leche o por qué los quesos salían blancos siendo elaborados con aquellas uñas tan negras. Pero luego, su padre se distanció de él; ya no le hacía arrumacos ni carantoñas. Y eso fue desde que el padre se dio cuenta de que el chico ya podía aprender las cosas por sí. Fue entonces cuando comenzó a ir a la escuela y cuando se arrimó al Moñigo en busca de amparo. A pesar de todo, su padre, su madre y la casa entera, seguían oliendo a boruga y a requesón. Y a él seguía gustándole aquel olor, aunque Roque, el Moñigo, dijese que a él no le gustaba, porque olía lo mismo que los pies. Su padre se distanció de él como de una cosa hecha, que ya no necesita de cuidados. Le daba desilusión a su padre verle valerse por sí, sin precisar de su patrocinio 103 . Pero, además, el quesero se tornó taciturno y malhumorado. Hasta entonces, como decía su mujer, había sido como una perita en dulce. Y fue el cochino afán 104 del ahorro lo que agrió 105 su carácter. El ahorro, cuando se hace a costa de una necesidad insatisfecha, ocasiona en los hombres acritud 106 y encono. 107 Así le 102 Requesón que, después de coagulada la leche, sin separar el suero, se bate con azúcar y se toma como refresco. 103 Acción y efecto de patrocinar. 104 Esfuerzo o empeño grandes. 105 Poner agrio algo. 106 Aspereza o desabrimiento en el carácter o en el trato. 107 Animadversión, rencor arraigado en el ánimo.