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metros. Daniel, el Mochuelo, tenía como un fuego muy vivo en la cabeza, una mezcla
rara de orgullo herido, vanidad despierta y desesperación. "Adelante —se decía—.
Nadie será capaz de hacer lo que tú hagas". "Nadie será capaz de hacer lo que tú
hagas". Y seguía ascendiendo, aunque los muslos le escocían ya. "Subo porque no me
importa caerme". "Subo porque no me importa caerme", se repetía, y al llegar a la
mitad miró hacia abajo y vio que toda la gente del prado pendía de sus movimientos
y experimentó vértigo y se agarró afanosamente al palo. No obstante, siguió trepando.
Los músculos comenzaban a resentirse del esfuerzo, pero él continuaba subiendo. Era
ya como una cucarachita a los ojos de los de abajo. El palo empezó a oscilar como un
árbol mecido por el viento. Pero no sentía miedo. Le gustaba estar más cerca del cielo,
poder tratar de tú al Pico Rando. Se le enervaban los brazos y las piernas. Oyó un grito
a sus pies y volvió a mirar abajo.
—¡Daniel, hijo!
Era su madre, implorándole. A su lado estaba la Mica, angustiada. Y Roque, el Moñigo,
disminuido, y Germán, el Tiñoso, sobre quien acababa de recobrar la jerarquía, y el
grupo de "los voces puras" y el grupo de "los voces impuras", y la Guindilla mayor y
don José, el cura, y Paco, el herrero, y don Antonino, el marqués, y también estaba el
pueblo, cuyos tejados de pizarra ofrecían su mate superficie al sol. Se sentía como
embriagado; acuciado 534 por una ambición insaciable de dominio y potestad.
Siguió trepando sordo a las reconvenciones 535 de abajo. La cucaña era allí más
delgada y se tambaleaba con su peso como un hombre ebrio. Se abrazó al palo
frenéticamente, sintiendo que iba a ser impulsado contra los montes como el proyectil
de una catapulta. Ascendió más. Casi tocaba ya los cinco duros donados por "los Ecos
del Indiano". Pero los muslos le escocían, se le despellejaban, y los brazos apenas
tenían fuerzas. "Mira, ha venido el novio de la Mica", "Mira, ha venido el novio de la
Mica", se dijo, con rabia mentalmente, y trepó unos centímetros más. ¡Le faltaba tan
poco! Abajo reinaba un silencio expectante. "Niña, marica; niña, marica", murmuró, y
ascendió un poco más. Ya se hallaba en la punta. La oscilación de la cucaña aumentaba
allí. No se atrevía a soltar la mano para asir 536 el galardón. Entonces acercó la boca y
mordió el sobre furiosamente. No se oyó abajo ni un aplauso, ni una voz. Gravitaba
sobre el pueblo el presagio de una desgracia. Daniel, el Mochuelo, empezó a
descender. A mitad del palo se sintió exhausto, 537 y entonces dejó de hacer presión
con las extremidades y resbaló rápidamente sobre el palo encerado, y sintió
abrasársele las piernas y que la sangre saltaba de los muslos en carne viva.
Impulsado
Censuras
536
Coger
537
Enteramente agotado
534
535