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De nada valió la intercesión de la Guindilla ni los débiles esfuerzos de Trino, el sacristán,
que era ya viejo y estaba como envarado 522 . Tampoco valieron de nada las miradas
suplicantes que Daniel, el Mochuelo, dirigía a su amigo Roque. En este trance, el
Moñigo olvidaba hasta las más elementales normas de la buena amistad. En el fondo
del grupo agresor borboteaba un despecho irreprimible por haber sido excluidos del
coro que cantaría el día de la Virgen. Por esto no importaba nada ahora. Lo importante
era que la virilidad de Daniel, el Mochuelo, estaba en entredicho y que había que
sacarla con bien de aquel embrollo.
Aquella noche al acostarse tuvo una idea. ¿Por qué no ahuecaba la voz al cantar el
"Pastora Divina"? De esta manera la Guindilla le excluiría como a Roque, el Moñigo, y
como a Germán, el Tiñoso. Bien pensado era la exclusión de éste lo que más le
molestaba. Después de todo, Roque, el Moñigo, siempre había estado por encima de
él. Pero lo de Germán era distinto. ¿Cómo iba a conservar, en adelante, su rango y su
jerarquía ante un chico que tenía la voz más fuerte que él? Decididamente había que
ahuecar la voz y ser excluido del coro antes del día de la Virgen.
Al día siguiente, al comenzar el ensayo, Daniel, el Mochuelo, carraspeó, buscando un
efecto falso a su voz. La Guindilla tocó el armonio con la punta de la varita y el cántico
se inició:
Paaas—to—ra Di—vi—naaa Seee—guir—te—
yo quie—rooo...
La Guindilla se detuvo en seco. Arrugaba la nariz, larguísima, como si la molestase un
mal olor. Luego frunció el ceño igual que si algo no respondiera a lo que ella esperaba
y se sintiera incapaz de localizar la razón de la deficiencia. Pero al segundo intento
apuntó con la varita al Mochuelo, y dijo, molesta:
—Daniel, ¡caramba!, deja de engolar la voz o te doy un sopapo.
Había sido descubierto. Se puso encarnado al solo pensamiento de que los demás
pudieran creer que pretendía ser hombre mediante un artificio. Él, para ser hombre,
no necesitaba de fingimientos. Lo demostraría en la primera oportunidad.
A la salida, Roque, el Moñigo, capitaneando el grupo de "voces impuras", les rodeó de
nuevo con su maldito estribillo:
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Que implica o denota arrogancia y poca naturalidad.