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sacristán, que arrancaba agrias y gemebundas 520 notas del armonio cuando llegaron.
Y la asquerosa Guindilla también estaba allí, con una varita en la mano, erigida,
espontáneamente, en directora.
Al entrar ellos, les ordenó a todos por estatura; después levantó la varita por encima
de la cabeza y dijo:
—Veamos. Quiero ensayar con vosotros el "Pastora Divina" para cantarlo el día de la
Virgen. Veamos — repitió.
Hizo una señal a Trino y luego bajó la varita y los niños y niñas cantaron cada uno por
su lado:
Pas—to—ra Di—vi—naaa Seee—guir—te— yo
quie—rooo...
Cuando ya empezaban a sintonizar las cuarenta y dos voces, la Guindilla mayor puso
un cómico gesto de desolación y dijo:
—¡Basta, basta! No es eso. No es "Pas", es "Paaas". Así:
"Paaas—to—ra Di—vi—na; Seee—guir—te yo quierooo; poor va—lles y o—te—roos;
Tuuus hue—llas en pooos". Veamos —repitió.
Dio con la varita en la cubierta del armonio y de nuevo atrajo la atención de todos. Los
muros del templo se estremecieron bajo los agudos acentos infantiles. Al poco rato, la
Guindilla puso un acusado gesto de asco. Luego señaló al Moñigo con la varita.
—Tú puedes marcharte, Roque; no te necesito. ¿Cuándo cambiaste la voz?
Roque, el Moñigo, humilló la mirada:
—¡Qué sé yo! Dice mi padre que ya de recién nacido berreaba con voz de hombre.
Aunque cabizbajo, el Moñigo decía aquello con orgullo, persuadido de que un hombre
bien hombre debe definirse desde el nacimiento. Los primeros de la escuela acusaron
su manifestación con unas risitas de superioridad. En cambio, las niñas miraron al
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Que gime profundamente