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La Guindilla se quedó sola, frente por frente del Manco. No sabía qué hacer. La situación resultaba para ella un poco embarazosa. Soltó una risita de compromiso y luego se puso a mirarse la punta de los pies. Volvió a reír y dijo "bueno", y, al fin, sin darse bien cuenta de lo que hacía, se inclinó y besó con fuerza el muñón de Quino. Inmediatamente echó a correr, asustada, carretera adelante, como una loca. Al día siguiente, antes de la misa, la Guindilla mayor se acercó al confesionario de don José. —Ave María Purísima, padre —dijo. —Sin pecado concebida, hija. —Padre, me acuso... me acuso de haber besado a un hombre en la oscuridad de la noche —añadió la Guindilla. Don José, el cura, se santiguó y alzó los ojos al techo del confesionario, resignado. —Alabado sea el Señor—musitó. Y sintió una pena inmensa por aquel pueblo.