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Don José, el cura, que era un gran santo, utilizaba, desde el púlpito, todo género de
recursos persuasivos: crispaba los puños, voceaba, reconvenía, sudaba por la frente y
el pescuezo, se mesaba 496 los escasos cabellos blancos, recorría los bancos con su
índice acusador e incluso una mañana se rasgó la sotana de arriba abajo en uno de los
párrafos más patéticos 497 y violentos que recordaría siempre la historia del valle. Así y
todo, la gente, particularmente los hombres, no le hacían demasiado caso. La misa les
parecía bien, pero al sermón le ponían mala cara y le fruncían el ceño. La Ley de Dios
no ordenaba oír sermón entero todos los domingos y fiestas de guardar. Por lo tanto,
don José, el cura, se sobrepasaba en el cumplimiento de la Ley Divina. Decían de él
que pretendía ser más papista que el Papa y que eso no estaba bien y menos en un
sacerdote; y todavía menos en un sacerdote como don José, tan piadoso y
comprensivo, de ordinario, para las flaquezas de los hombres.
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Tirar con fuerza del cabello
Que conmueve profundamente o causa un gran dolor o tristeza.