Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 13
De nuevo las inflexiones 28 de Sara, cada vez más huecas y extremosas:
—Cuando mis ojos vidriados y desencajados por el horror de la inminente muerte
fijen en vos sus miradas lánguidas y moribundas...
—Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Se iba adueñando de Daniel, el Mochuelo, un pavor helado e impalpable. Aquella
tétrica 29 letanía le hacía cosquillas en la médula de los huesos. Sin embargo, no se
movió del sitio. Le acuciaba una difusa e impersonal curiosidad.
—Cuando perdido el uso de los sentidos —continuaba, monótona, la Sara— el
mundo todo desaparezca de mi vista y gima yo entre las angustias de la última
agonía y los afanes de la muerte...
Otra vez la voz amodorrada y sorda y tranquila del Moñigo, desde el pajar:
—Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Al concluir Sara su correctivo verbal, se hizo impaciente la voz de Roque:
—¿Has terminado?
—Sí —dijo Sara.
—Ale, abre.
La
interrogación siguiente de la Sara envolvía
un despecho mal reprimido:
—¿Escarmentaste?
—¡No!
—Entonces no abro.
—Abre o echo la puerta abajo. El castigo ya se terminó.
Y Sara le abrió a su pesar. El Moñigo le dijo al pasar a su lado:
—Me metiste menos miedo que otros días, Sara. La hermana perdía los
Elevación o atenuación que se hace con la voz , quebrándola o pasando de un tono a otro
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Triste , demasiadamente serio , grave y melancólico .