Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 101

fumosa 352 locomotora por la curva con el corazón alborozado 353 y la respiración anhelante 354 . Siempre localizaba a su padre por el racimo de perdices. Ya a su lado, en el pequeño andén, su padre le entregaba la escopeta y las piezas muertas. Para Daniel, el Mochuelo, significaba mucho esta prueba de confianza, y aunque el arma pesaba lo suyo y los gatillos tentaban vivamente su curiosidad, él la llevaba con una ejemplar seriedad cinegética 355 . Luego no se apartaba de su padre mientras limpiaba y engrasaba la escopeta. Le preguntaba cosas y más cosas y su padre satisfacía o no su curiosidad según el estado de su humor. Pero siempre que imitaba el vuelo de las perdices su padre hacía "Prrrr", con lo que Daniel, el Mochuelo, acabó convenciéndose de que las perdices, al volar, tenían que hacer "Prrrr" y no podían hacer de otra manera. Se lo contó a su amigo, el Tiñoso, y discutieron fuerte porque Germán afirmaba que era cierto que las perdices hacían ruido al volar, sobre todo en invierno y en los días ventosos, pero que hacían "Brrrr" y no "Prrrr" como el Mochuelo y su padre decían. No resultaba viable convencerse mutuamente del ruido exacto del vuelo de las perdices y aquella tarde concluyeron regañando. Tanta ilusión como por ver llegar a su padre triunfador, con un par de liebres y media docena de perdices colgadas de la ventanilla, le producía a Daniel, el Mochuelo, el primer encuentro con Tula, la perrita "cocker", al cabo de dos o tres días de ausencia. Tula descendía del tren de un brinco y, al divisarle, le ponía las manos en el pecho y, con la lengua, llenaba su rostro de incesantes 356 y húmedos halagos. Él la acariciaba también, y le decía ternezas 357 con voz trémula 358 . Al llegar a casa, Daniel, el Mochuelo, sacaba al corral una lata vieja con los restos de la comida y una herrada 359 de agua y asistía, enternecido, al festín del animalito. A Daniel, el Mochuelo, le preocupaba la razón por la que en el valle no había perdices. A él se le antojaba que de haber sido perdiz no hubiera salido del valle. Le entusiasmaría remontarse sobre la pradera y recrearse 360 en la contemplación de los montes, los espesos bosques de castaños y eucaliptos, los pueblos pétreos 361 y los blancos caseríos dispersos, desde la altura. Pero a las perdices no les agradaba eso, por lo visto, y anteponían a las demás satisfacciones la de poder comer, fácil y abundantemente. Su padre le relataba que una vez, muchos años atrás, se le escapó una pareja de perdices a Andrés, el zapatero, y criaron en el monte. Meses después, los cazadores del valle acordaron Que abunda en humo, o lo despide en gran cantidad. Causar extraordinario regocijo, placer o alegría 354 Dicho de la respiración: Fatigosa, agitada. 355 Arte de la caza 356 Que no cesa o que se repite con mucha frecuencia. 357 Cualidad de tierno. 358 Que tiembla 359 Cubo de madera, con grandes aros de hierro o de latón, y más ancho por la base que por la boca. 360 Crear o producir de nuevo algo. 361 De piedra, roca o peñasco. 352 353