LAS PREGUNTAS DE LA VIDA 4.1.1.2 LAS PREGUNTAS DE LA VIDA. Fernando Savate | Page 19
Las preguntas de la vida
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Actualmente se ha extendido una versión que me parece errónea de la relación entre la capacidad de
argumentación y la igualdad democrática. Se da por supuesto que cada cual tiene derecho a sus propias
opiniones y que intentar buscar la verdad (no la tuya ni la mía) es una pretensión dogmática, casi totalitaria.
En el fondo, no hay planteamiento más directamente antidemocrático que éste. La democracia se basa en el
supuesto de que no hay hombres que nazcan para mandar ni otros nacen para obedecer, sino que todos
nacemos con la capacidad de pensar y por tanto con el derecho político de intervenir en la gestión de la
comunidad de la que formamos parte. Pero para que los ciudadanos puedan ser políticamente iguales es
imprescindible que en cambio no todas sus opiniones lo sean: debe haber algún medio de jerarquizar las ideas
en la sociedad no jerárquica, potenciando las más adecuadas y desechando las erróneas o dañinas. En una
palabra, buscando la verdad. Tal es precisamente la misión de la razón cuyo uso todos compartimos (antaño
las verdades sociales las establecían los dioses, la tradición, los soberanos absolutos, etcétera). En la sociedad
democrática, las opiniones de cada cual no son fortalezas o castillos donde encerrarse como forma de
autoafirmación personal: «tener» una opinión no es «tener» una propiedad que nadie tiene derecho a
arrebatarnos. Ofrecemos nuestra opinión a los demás para que la debatan y en su caso la acepten o la refuten,
no simplemente para que sepan «dónde estamos y quiénes somos». Y desde luego no todas las opiniones son
igualmente válidas: valen más las que tienen mejores argumentos a su favor y las que mejor resisten la prueba
de fuego del debate con las objeciones que se les plantean.
Si no queremos que sean los dioses o ciertos hombres privilegiados los que usurpen la autoridad
social (es decir., quienes decidan cuál es la verdad que conviene a la comunidad) no queda otra alternativa
que someternos a la autoridad de la razón como vía hacia la verdad. Pero la razón no está situada como un
árbitro semidivino por encima de nosotros para zanjar nuestras disputas sino que funciona dentro de nosotros
y entre nosotros. No sólo tenemos que ser capaces de ejercer la razón en nuestras argumentaciones sino
también -y esto es muy importante y quizá aún más difícil- debemos desarrollar la capacidad de ser
convencidos por las mejores razones, vengan de quien vengan. No acata la autoridad democrática de la razón
quien sólo sabe manejarla a favor de sus tesis pero considera humillante ser persuadido por razones opuestas.
No basta con ser racional, es decir, aplicar argumentos racionales a cosas o hechos, sino que resulta no
menos imprescindible ser razonable, o sea acoger en nuestros razonamientos el peso argumental de otras
subjetividades que también se expresan racionalmente. Desde la perspectiva racionalista, la verdad buscada
es siempre resultado, no punto de partida: y esa búsqueda incluye la conversación entre iguales, la polémica,
el debate, la controversia. No como afirmación de la propia subjetividad sino como vía para alcanzar una
verdad objetiva a través de las múltiples subjetividades. Si sabemos argumentar pero no sabemos dejarnos
persuadir hará falta un jefe, un Dios o un Gran Experto que finalmente decida qué es lo verdadero para todos.
Probablemente tendremos que volver más adelante sobre esta cuestión de lo racional y lo razonable.
De momento, creo que basta lo dicho. Recapitulemos. Acosados por la muerte, debemos pensar la
vida. Pensarla, es decir: conocerla mejor a ella, a cuanto contiene y a cuanto significa. Tenemos múltiples
fuentes de conocimiento, pero todas han de pasar la criba crítica de la razón, que verifica, organiza y busca la
coherencia en lo que sabemos... aunque sea provisionalmente. Pero la vida está llena de preguntas. ¿Por cuál
empezar, tras habernos preguntado cómo responderlas? La primera de todas bien puede ser ésta: ¿quién soy
yo? O quizá: ¿qué soy yo?
Da que pensar...
¿Cuál es la pregunta previa a las restantes preguntas de la vida? ¿De dónde nos viene lo que
creemos saber? ¿Podemos estar medianamente seguros de tales conocimientos? ¿A qué llamamos razón?
¿Cuál es la relación entre la razón y la verd ad? ¿Cuánto hay en la razón de subjetivo y cuánto de objetivo?
¿Se puede compartir la razón y la verdad con otros, quizá con todos? ¿Cuáles son los argumentos de los
escépticos y cómo se les puede responder? ¿En qué consiste el relativismo? Si todo es relativo, ¿será el
relativismo relativo también? ¿Podrá llegarse a la Verdad sin utilizar la razón, por fe o por intuición, quizá
por una corazonada? ¿Por qué no puede haber una razón muda y qué tiene que ver «conversar» con
«razonar»? ¿Tiene implicaciones políticas el método racional de llegar a la verdad? Para utilizar
correctamente la razón ¿basta con ser racional o hay que ser también razonable? Puedo ser racional contra
mi prójimo pero ¿puedo ser razonable contra los demás? ¿Consiste la democracia en el derecho a defender
públicamente las propias opiniones o en la obligación de tenerlas a todas por igualmente válidas? ¿Es
irracional o humillante dejarse convencer por los argumentos racionales?
Capítulo Tercero
YO ADENTRO, YO AFUERA