PRÓLOGO
Cuando Salvador me propuso escribir el prólogo de su nuevo
libro de relatos, lo primero que me vino a la mente fueron los
agradables ratos pasados junto a su criatura; tuve el privilegio
de cuidarla y verla crecer, de sonreír y emocionarme junto a
ella. De modo que, antes de abordar cualquier comentario
sobre sus deliciosas narraciones, me urge la necesidad de manifestar
mi sincero agradecimiento a su autor por librarme
sus palabras, dejándolas en mi custodia por un período de
tiempo como quien confía el cuidado de un niño: delicado,
imprevisible, tierno e intenso, sobre todo, intenso.
El lector tiene en sus manos un libro vivo, cuyos caminos
se dibujan entre huellas de todos los tamaños y espesores
grabados en el corazón del autor a lo largo de los años. Pero
no se trata solo de memoria; no solo se rescatan momentos y
recuerdos: lo que de verdad sale a la luz es la transformación
de toda esa materia surgida de experiencias vividas en algo
nuevo, algo que adquiere categoría literaria. Ese algo logra
separarse de sus referentes reales y echar a volar por su cuenta,
manteniendo la esencia de verdad que le dio origen.
Como el libro respira y fluye, sus cuatro partes podrían
muy bien ser cuatro caminos. No en vano el primero de ellos