Las historias de Esmeralda Antología sobre Las mil y una noches | Page 10

Las Historias de Esmeralda

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El Viajero

Quizás muchos de ustedes, mis invitados saben que mi papá fue mercader y llegó a conseguir mucho dinar. Murió cuando yo era un nene y me dejó todo su oro, casas y campos. Cuando crecí gasté el dinero en fiestas. Me hice hacer costosos vestidos, me rodeé de servidores e invité a grandes banquetes hasta que un día descubrí que me encontraba en la pobreza. Vendí todo lo que me quedaba y compré mercancías para salir a comerciarlas. Me embarqué junto con otros y navegamos por el río Basora hasta salir al mar y alejarnos de las costas de la patria. Llegamos a una isla y nos echamos a descansar, cuando el capitán nos gritó. - ¡Cuidadoooooo! Desde el techo, vimos bajar ante nosotros a un ser con rostro humano, alto como una palmera, de horrible aspecto. Tenía los ojos rojos como dos carbones encendidos, dientes salientes como los colmillos de un cerdo, una boca enorme. Tenía manos inmensas y oscuras y uñas ganchudas al igual las garras del león. Nos llenamos de terror. Él fue a sentarse contra la pared y desde allí comenzó a mirarnos muy fijamente en silencio uno a uno. Luego se acercó a mí, tendió la mano y me tomó

de la nuca. Me dio vueltas, pero no debió encontrarme

de su gusto porque me dejó, echándome por el suelo,

y se apoderó del capitán del barco que era un hombre

robusto. Lo mató de un solo golpe, y lo puso sobre un

asador de hierro y lo asándolo como a un pollo en las

llamas de la hoguera. Terminó de comer, el espantoso

gigante se acostó sobre el piso y no tardó en dormirse

roncando igual que un búfalo. Durmió hasta el amane-

cer. Lo vimos entonces levantarse y alejarse como

había llegado. Al irse, todos lloramos, pensando que

también moriríamos. Ya anochecía cuando la tierra

volvió a temblar bajo nuestros pies. y apareció de

nuevo aquel ser gigantesco. Esta vez nos embarcamos

y navegamos mar adentro hasta perder de vista a este

ser horrible y espantoso. De regreso al puerto de Bazra,

me encontré con mis amigos y parientes, no me reconocieron, porque, tenía barba y la cara cambiada les traté de explicar que era yo, Simbad el Marino. Escucharon mi historia, nos abrazamos y volví a sentir la misma felicidad de siempre.