NOVELA POR ENTREGAS
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Me llamo Eric Rot y escribo estas últimas líneas de mi vida para confesarme: Soy un asesino. Yo lo hice. La maté. Linda Fitzwilliams está muerta. Ni huida con su amante, ni jugando a esconderse para irritar a su familia, como apuntaron en su momento las revistas del mundo rosa: La hija del magnate John Fitzwilliams, mi jefe y amigo durante los últimos 20 años, murió estrangulada la noche del 13 de Agosto de hace cinco años, en París Agosto de hace cinco años, en París. Esa es la verdad. No espero el favor ni el perdón de nadie por esta confesión. Tan solo quiero explicar por qué lo hice, ponerlo sobre un papel antes de volarme la cabeza, y descansar para siempre, si es que se me está permitido hacerlo. Déjenme primero presentarme, hablarles un poco de mí. Algunos me recordaran de las revistas y los periódicos. Además de ser el director general de la firma en Francia, actué como “enlace” y portavoz de la familia Fitzwilliam en Paris todo el tiempo en
que duró el caso de Linda. Fui yo, de hecho, quien denunció su desaparición a la policía, cinco días después de matarla, con su cadáver aun caliente en el jardín de mi casa de la Vesinet. Aun me parece increíble que pudiera hacerlo; interpretar aquel papel de tristeza y preocupación con mis manos aun manchadas de sangre. Pero, como todo lo demás en mi vida, siempre hago las cosas a conciencia. Comencé a trabajar para la familia Fitzwilliams cuando solo contaba 13 años de edad, como aprendiz en su sede central de la calle Archer, en Londres, limpiando y arreglando maquinasyo, de hecho, quien denunció su desaparición a la policía, cinco días después de matarla, con su cadáver aun caliente en el jardín de mi casa de la Vesinet. Aun me parece increíble que pudiera hacerlo; interpretar aquel papel de tristeza y preocupación con mis manos aun manchadas de sangre. Pero, como todo lo demás en mi vida, siempre hago las cosas a conciencia. Comencé a trabajar para la familia Fitzwilliams cuando solo contaba 13 años de edad, como aprendiz en su sede central de la calle Archer, en Londres, limpiando y arreglando maquinas de escribir. Mi padre era electricista en la Westinghouse y mi madremadre vendía flores en un puesto de Covent Garden, y si bien aquel pequeño salario era de mucha ayuda en el presupuesto familiar, mis padres nunca permitieron que me desviara de mis estudios. A los dieciséis años comencé cursos de contabilidad en una escuela nocturna y a los dieciocho ya había conseguido mi primer puesto en la oficina central; un trabajo modesto pero al que me apliqué con todas mis fuerzas, que pronto se vieron recompensadas con un pequeño ascenso.
HISTORIA DEL CRIMEN PERFECTO
Mikel Santiago