NOVELA POR ENTREGAS
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2ª Entrega
En los siguientes dieciocho años la Firma creció de forma imparable. Cerramos grandes acuerdos con gobiernos de todo el continente y aglutinamos a otras empresas que antes habían sido nuestra competencia. Salimos a bolsa con un éxito arrollador y nos situamos en lo alto de una pirámide de oro. Fitzwilliams se había convertido en uno de los grandes grupos empresariales del mundo y John llegó a admitir, durante una de nuestras cada vez menos habituales partidas de golf en Oxford, que el éxito de la compañía se debía más a mis esfuerzos que a los suyos. El era un hombre feliz - me dijo en aquella ocasión -; amar a su mujer y criar a sus hijos era todo a lo que aspiraba en el mundo. “La compañía siempre fue algo impuesto para mí; nunca la amé como tu la amas, Eric. Tu deberías ser el Fitzwilliam, no yo”
deberías ser el Fitzwilliam, no yo.
Pero yo no era un Fitzwilliam y nunca lo sería. Uno debe saber cuál es su lugar en esta vida y luchar por mejorarlo en vez de mirar al jardín del vecino. Y eso es lo que yo había hecho desde los trece años. Amaba aquella compañía; era lo único que tenía en el mundo, y estaba consagrado a ella por completo. John lo sabía; casi me dejaba dirigirla mientras él vivía de los réditos de mi pasión. Así eran las cosas y supongo que era justo.
Mis padres murieron con solo unos años de diferencia y yo me quede completamente solo en el mundo. Aunque esta era una sensación completamente nominal, cuantitativa, pues yo no me sentía solo ni un día de mi vida. Me encantaba despertarme por las mañanas, ya en mi gran casa de campo de La Vesinet, ya en mi pequeño apartamento de la de la Defense, y desayunar escuchando el informe de bolsa en la radio. Después, vestir un agradable traje de Saville Row -aun con el fino aroma de la tintorería impregnado en él- y tomar un coche a la ciudad mientras leía una selección de periódicos europeos. Subir las amplias escaleras de mármol de nuestro edificio, entrar por la puerta y saludar al portero, a los empleados que encontraba por el camino y al ascensorista. Llegar a mi despacho, mirar la ciudad a través del gran ventanal y sentarme en mi sofá de cuero mientras mi secretaria me informaba sobre las reuniones del día, el almuerzo, el café, la cena, de si tendría que coger algún avión, asistirasistir algún evento social o si era el día de recibir un masaje.
Mi vida era un mecanismo bien engranado.
HISTORIA DEL CRIMEN PERFECTO
Mikel Santiago