EDITORIAL
JUNIO 2019
Hoy quiero contaros…
que yo también fui pequeña. De hecho, tan pequeña que siempre era la más bajita de la
clase.
Esa debía ser la razón por la que muchas noches soñaba con ser GIGANTA. Una
giganta que pudiera ver el mundo desde arriba, alcanzar las cosas de los estantes más
altos y ver perfectamente en el teatro o en los conciertos sin que me tapara el señor
de delante.
Una de esas noches, el sueño empezó muy angustioso. Siendo giganta, unas palabras
crecían a mi alrededor y se enredaban por mis piernas, trepaban por mis brazos,
llegaban hasta la cabeza. Yo no podía moverme y cuando casi estaba ahogándome,
organicé todas esas palabras y salieron por mi boca en forma de cuentos e historias.
Así pude salvarme. Desde ese día quedé enamorada para siempre de ellas. Y por eso,
siempre me pareció un buen regalo contaros tantas historias y leeros tantos cuentos
mientras crecíais.
La de hoy es mi última historia. Os recomiendo que hagáis como la giganta: coged una
montaña de palabras preciosas, dadles unas cuantas volteretas, las colocáis
formando una historia y se la contáis a la abuela, a vuestro amigo o al hámster del
vecino. Así nunca dejará de haber historias por el mundo llenas de palabras bonitas.
Por mi parte, me iré a otro cole a ver quién me escucha, pero que sepáis que el otro día
oí que todos estamos hechos de pedacitos de las personas que nos rodean. Por eso, os
llevaré siempre conmigo. También cargo en mi mochila con un montón de buenos
recuerdos de momentos compartidos con esta maravillosa comunidad educativa.
Muchísimas gracias.
Hasta siempre.
Beatriz Mascaray
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