La nostalgia del lobo
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mera Guerra Mundial. Decían que Stalin había vaciado su viejo arsenal de
armas pesadísimas e inservibles. Cargaron los barcos con todo aquel hierro
en desuso y lo mandaron a España. Una vez liberados los fierros oxidados y
cobrado su precio en oro, las armas dejaron de llegar o llegaban tarde porque
al gran dictador le parecía que la revolución española tomaba otras riendas
y no las que a él y a sus secuaces les hubiera gustado. También se acusó al
famoso carpanta Negrín de alargar la guerra hasta el más absoluto desgaste.
Luego, contradicciones aparte, llegó a ser presidente de los republicanos en
el exilio con el riñón bien cubierto. Eso contaban, pero se contaban tantas
cosas que habría que ver si Negrín, como tantos otros, había hecho las cosas
tan mal o había hecho lo que había podido y sabido. También decían que
había aprovechado el enfrentamiento entre Largo Caballero con el embajador
de la URSS para llegar al poder. Un rosario de acusaciones, de personajes
dudosos dentro de los republicanos como el mismo Carrillo, quien mantuvo
su ambigüedad durante mucho tiempo y su fervor estalinista siempre, todo
esto por no hablar del sanguinario bando nacional y sus colaboradores, que
a ellos ya vendré.
¿Hasta dónde alcanzaría la mentira de aquel desastre? ¿Llegaríamos a saber
algún día quiénes fueron los responsables, los manipulados, los ignorantes,
quiénes propiciaron y se aprovecharon de tanto desatino y de uno de los
mayores delirios sanguinarios de nuestra historia reciente? Según mi padre
contaba, eran continuos los enfrentamientos entre sectores comunistas no
estalinistas y anarquistas con los comunistas clásicos, defensores a ultranza del
sistema soviético, que incluso habían aceptado de buen grado el asesinato de
anarquistas y militantes del POUM, partido político filomarxista, y hasta del
propio Andreu Nin. Mi padre, quien en su día fuera amigo de Nin, hablaba
con sumo entusiasmo de él, así como del gran «futurólogo» George Orwell
quien aprovecharía su paso por las brigadas internacionales para escribir
Homenaje a Cataluña.
El paso de la frontera por Irún no fue fácil. A los pocos kilómetros un
control de la guardia civil me dio el alto en un cruce, sin dar explicaciones.
Con gran prepotencia me obligaron a salir del coche y a presentar la documentación.
Era la primera vez que venía a España en automóvil. Conocía
bien el país o eso creía yo. Los casos que había oído contar sobre la represión
me abrumaban hasta sentir pánico.
—Párese ahí, salga del coche. La documentación de usted y del vehículo.
—Sí, sí, un momento. —Rebusqué entre los papeles de mi bolso y se la
entregué. La miraban y remiraban.