16 Crescen García Mateos
—Levante las manos. Dese la vuelta y abra el capó.
Dos hombres pertrechados, como para detener a un comando de ETA,
escudriñaban el coche. Abrieron la mochila y vaciaron, sin recato alguno,
mis pertenencias sobre el asiento de atrás. Manosearon hasta el morbo mis
objetos personales.
—¿A dónde vas y para qué?
—Voy hacia Salamanca y después… no sé, a ver la zona. Voy de vacaciones.
—¿Vas sola de vacaciones?
—Sí, bueno, tengo una amiga en Salamanca.
—¿No te da miedo viajar sola? ¿No tienes miedo?
—No, no tengo miedo. ¿Por qué? Bueno… no… no quiero tenerlo.
El peor encarado repasaba mi cuerpo de arriba abajo mientras miraba
con ojos zaínos mi escasa ropa interior.
—A ver, ¿a ti te parece lógico que una mujer vaya sola a esta hora en un
coche? En poco rato será de noche.
El otro, con un bigotillo recortado y ojos de rana legañosos, como si
rezumaran cadaverina, intervino:
—¿A quién vas a ver en el País Vasco? ¿Por qué has venido por aquí?
Me miraba con insistencia, yo no sabía qué decir. Sabía que el País Vasco
era complejo, muy politizado, estaba la ETA y se perpetraban continuamente
atentados. Había pasado unas vacaciones en San Sebastián un par de años
antes y no parecía tan esquivo ni peligroso. Había muchos turistas franceses
y estaban acostumbrados a ellos. A pesar de la compleja situación política,
no pensaba que fueran tan represivos con una extranjera.
—Pues, no vengo a ver a nadie. Si en vez de ir hacia Salamanca hubiera
ido a Barcelona habría ido por la otra frontera. —Las piernas me temblaban—.
Disculpen, ¿puedo recoger mis cosas?
—A ver, guapa, con menos prisa. ¿Dónde te vas a quedar a dormir?
—Bueno… por al camino, en un hotel.
El de los ojos de rana cadaverosa, revolviendo mi ropa y mirando unos
libros que tenía, me preguntó airado:
—¿No has quedado con nadie? Dime la verdad. ¿Con quién y dónde has
quedado? ¿Te crees que somos bobos? Las extranjeras, sí, siempre pensáis
que la policía es boba, pero a nosotros no se nos escapa nadie ni nada. ¿Y
por qué hablas tan bien español? Estamos acostumbrados a las turistas
francesas y no hablan ni papa.
El otro permanecía callado con mi documentación en la mano.