La muerte del tirano Fidel Castro Suplemento Fidel Castro | Page 8
Fidel Castro, el último representante del Cretácico
En el lado opuesto, Venezuela, principal aliado de Cuba en el continente, recibió con
«tristeza» el fallecimiento del expresidente, a quien Nicolás Maduro describió como un
«hombre admirable del siglo XX que ha marcado el siglo XXI». Maduro, que dijo que los
chavistas «nos sentimos sus hijos», unió la figura de Fidel Castro a la de Hugo Chávez:
juntos «construyeron» la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA), Petrocaribe y «dejaron abonado el camino de la liberación» de sus pueblos.
El régimen totalitario cubano solo es superado en el tiempo por el de los Kim en Corea del
Norte. Anclado en la recurrente rivalidad con EE.UU., después de ver desfilar a once
inquilinos en la Casa Blanca, Castro dejó a la que fue una isla próspera al borde del colapso
económico. Tanto, que cerca de dos millones de cubanos –en un país de once millones–
abandonaron el país durante casi estos 58 años, paradójicamente hacia Estados Unidos.
Abrazó el marxismo
Con su revolución, el gran embaucador que fue Fidel Castro despertó en la isla grandes
esperanzas de acabar con la tiranía de Batista y dejar atrás décadas de corrupción, violencia
política y desigualdad económica. Lo logró el 1 de enero de 1959, después de 25 meses de
lucha en Sierra Maestra. Pero en 1961 se quitó la careta, abrazó el marxismo-leninismo y a
la Unión Soviética –según los cubanólogos más por oportunismo que por convicción–, y
recurrió a las armas cuando fue preciso para expandir el castrismo por medio mundo.
Su poder omnímodo se resume así: primer ministro desde el triunfo de la revolución hasta
1976, en que se convierte en presidente; comandante en jefe de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias y primer secretario del Partido Comunista de Cuba. En el congreso de abril
de 2011 deja oficialmente la dirección del partido único. Como presidente y comandante en
jefe se aparta temporalmente en julio de 2006, cuando una grave enfermedad intestinal –
secreto de Estado, como todo lo referente a su salud– le situó «al borde de la muerte».
Desde febrero de 2008 le sustituía ya oficialmente el general Castro. Aunque tras las
bambalinas muchos sostienen que no dejó de ejercer el poder y frenar la apertura del
régimen hasta los últimos momentos de su vida.
Con los jesuitas
«El Caballo», su apodo más conocido, cursó sus primeros estudios en Santiago de Cuba y
La Habana. Parte con los jesuitas, que dejaron huella en un niño que, además de inteligente,
ya era bastante especial. A los doce años escribió una carta a Franklin D. Roosevelt –a
mano y en un inglés macarrónico– en la que tras felicitarle por su nueva victoria electoral le
pedía un billete de diez dólares, porque decía que nunca había visto uno, a cambio de
llevarle a una mina de hierro que le serviría para construir barcos.
Castro estudió Derecho en la Universidad de La Habana, un trampolín para lanzarse a la
política. Las aulas universitarias no eran ajenas al clima de violencia política que duraba ya
décadas.