PRÓLOGO
Cuando se publicó en 1670 la primera edición de la Mística Ciudad de Dios(= MCD) la impresión que produjo en los pocos lectores que tuvieron acceso a las pruebas de imprenta, fue de asombro. Una voluminosa obra de tres tomos en folio, escrita por una mujer, con un estilo tan depurado y castizo, que le había de merecer el honor de ser considerada como autoridad de la lengua por la Real Academia Española. Un libro dotado de una arquitectura literaria perfecta, como un tríptico de equilibrada división de partes. Un texto donde se manejaban con destreza los más sutiles conceptos de la teología escolástica. Una obra en la cual las ideas aparecían revestidas de imágenes brillantes, brotadas de una poderosa fantasía creadora, y penetradas del más elevado sentimiento de piedad mariana. Un tratado teológico estructurado desde la historia de la salvación, en un claro movimiento progresivo que-partiendo de los eternos designios de Dios- culminaba en la glorificación de Cristo y de María. Una teología pensada siempre en técnica narrativa, pero con altísimos vuelos de la más lúcida especulación, y con digresiones al gusto de la más exigente sistemática. Un escrito dotado de un fuerte aliento de inspiración creadora, que lo atravesaba todo, y causaba un inexplicable embeleso en el ánimo del lector sensible a la belleza de lo divino revelado en el misterio femenino de María. Un poema-en fin- grandemente unificado y concentrado, estructurado desde un solo tema que integra una muy rica multiplicidad de aspectos. Una creación literaria penetrada y animada por el fascinante misterio de la Concepción Inmaculada de María, que no dejaba indiferente a nadie. Una obra de gran