LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 98
Markus Zusak
La ladrona de libros
El libro de fuego
Fue anocheciendo a trompicones y, cuando se consumió el cigarrillo, Liesel
y Hans Hubermann decidieron volver a casa dando un paseo. Para salir de la
plaza tenían que pasar junto al lugar donde había ardido la hoguera y doblar en
una pequeña calle lateral que daba a Münchenstrasse. No llegaron tan lejos.
Un carpintero de mediana edad llamado Wolfgang Edel los llamó. Había
construido la tarima a la que se habían subido los peces gordos del Partido Nazi
durante la quema y estaba desmontándola.
—¿Hans Hubermann? —Tenía unas largas patillas que le apuntaban hacia
la boca y una voz siniestra—. ¡Hansi!
—Eh, Wolfal —le devolvió el saludo Hans. Se llevó a cabo la pertinente
presentación de la niña y un «Heil Hitler!»—. Bien, Liesel.
Al principio Liesel se mantuvo en un radio de cinco metros de la
conversación. Varios fragmentos pasaron a su lado, pero no les prestó
demasiada atención.
—¿Mucho trabajo?
—No, hoy día la cosa está difícil. Ya sabes lo que pasa... Sobre todo cuando
no eres miembro.
—Pero si me dijiste que ibas a afiliarte, Hansi.
—Lo intenté, pero cometí un error. Creo que aún se lo están pensando.
Liesel se acercó a la pila de cenizas, que la atraía como un imán, como un
monstruo de feria, irresistible a la mirada, como la calle de las estrellas
amarillas.
Igual que antes, cuando creyó sentir la imperiosa necesidad de ver la
quema, no pudo apartar la mirada. Sola como estaba, carecía de la disciplina
necesaria para mantenerse convenientemente alejada, así que se vio arrastrada
hacia la montaña y empezó a acercarse, rodeándola.
En lo alto, el cielo llevaba a cabo su rutina diaria de oscurecerse, pero a lo
lejos, por un recodo de la pila, asomaba un apagado vestigio de luz.
98