LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 87
Markus Zusak
La ladrona de libros
—Este país nunca te ha importado —aseguró Hans hijo—. Al menos, no lo
suficiente.
Los ojos de Hans empezaron a secarse, pero Hans hijo no se detuvo, y se
volvió hacia la niña en busca de algo con qué justificar sus palabras. Con sus
tres libros de pie sobre la mesa, como si estuvieran conversando, Liesel recitaba
las palabras en silencio mientras leía.
—¿Qué basura lee esta niña? Debería estar leyendo Mein Kampf.
Liesel lo miró.
—No te preocupes, Liesel —la tranquilizó su padre—, sigue leyendo. No
sabe lo que dice.
Sin embargo, Hans hijo no había terminado.
—O estás con el Führer o estás contra él —insistió, acercándose—, y ya veo
que estás contra él. Siempre has estado en su contra. —Liesel miró a Hans hijo a
la cara, obsesionada con la finura de sus labios y la línea irregular de sus dientes
inferiores—. Es muy triste que un hombre sea capaz de mantenerse al margen y
quedarse de brazos cruzados mientras toda una nación limpia la porquería y
florece.
Trudy y Rosa estaban sentadas en silencio, tensas, igual que Liesel. Olía a
sopa de guisantes, a quemado y a confrontación.
Todos esperaban las siguientes palabras.
Las pronunció el hijo. Sólo fueron tres.
—Eres un cobarde. —Se las arrojó a la cara y acto seguido abandonó la
cocina y la casa.
Haciendo oídos sordos a la futilidad, Hans se acercó a la puerta.
—¿Cobarde? —gritó—. ¡¿Yo soy el cobarde?!
A continuación, alcanzó la cancela y echó a correr, suplicante, detrás de él.
Rosa se acercó a la ventana, apartó la bandera de un manotazo y la abrió.
Trudy, Liesel y ella se apiñaron para poder ver cómo un padre daba alcance a
su hijo, lo sujetaba y le imploraba que se detuviera. No podían oír lo que
decían, pero el brusco movimiento de hombros con que Hans hijo se
desembarazó de la mano de su padre fue elocuente. La imagen de Hans
contemplando a su hijo mientras se alejaba les llegó como un grito desde la
calle.
—¡Hansi! —gritó Rosa al fin. Tanto Trudy como Liesel dieron un
respingo—. ¡Vuelve!
El chico se había ido.
Sí, el chico se había ido, y ojalá pudiera decirte que todo le fue bien al joven
Hans Hubermann, pero no fue así.
87