LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 74
Markus Zusak
La ladrona de libros
Al desenvolver el papel descubrió dos libritos. El primero, El perro Fausto,
que había escrito un hombre llamado Mattheus Ottleberg. Acabaría leyendo ese
libro trece veces. En Nochebuena leyó las primeras veinte páginas en la mesa de
la cocina, mientras su padre y Hans hijo discutían sobre algo que ella no
entendía, algo llamado política.
Más tarde, leyeron un poco más en la cama, siguiendo la tradición de
marcar con un círculo las palabras que Liesel no conocía y luego escribirlas. El
perro Fausto también tenía ilustraciones, preciosas curvas, orejas y caricaturas de
un pastor alemán con un obsceno problema de babeo y el don del habla.
El segundo libro se titulaba El faro, y lo había escrito una mujer, Ingrid
Rippinstein. Era un poco más largo, de modo que Liesel sólo consiguió leerlo
nueve veces, aunque su velocidad de lectura había incrementado ligeramente al
final de sesiones tan prolíficas.
Días después de Navidad se le ocurrió hacer una pregunta sobre los libros.
Estaban comiendo en la cocina. Decidió concentrar su atención en su padre al
ver las cucharadas de sopa de guisantes que se metía en la boca su madre.
—Me gustaría preguntar algo.
Al principio nadie dijo nada, por lo que acabó interviniendo su madre, con
la boca medio llena.
—¿Y?
—Sólo quería saber de dónde habéis sacado el dinero para comprarme los
libros.
Una sonrisita se reflejó en la cuchara de su padre.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Claro.
Hans sacó del bolsillo lo que le quedaba de su ración de tabaco y empezó a
liar un cigarrillo. Liesel comenzó a impacientarse.
—¿Vas a decírmelo o no?
Su padre se echó a reír.
—Pero si te lo estoy diciendo. —Acabó el cigarrillo, lo lanzó sobre la mesa y
empezó a liar otro—. Así.
En ese momento su madre se acabó la sopa, dejó la cuchara de golpe
reprimiendo un eructo acartonado y contestó por él.
—Este Saukerl... ¿Sabes lo que ha hecho? Lió todos sus asquerosos
cigarrillos, se fue al mercadillo cuando vino a la ciudad y se los vendió a unos
gitanos.
—Ocho cigarrillos por libro. —Hans se metió uno en la boca, triunfante. Lo
encendió y le dio una calada—. Alabado sea Dios por los cigarrillos, ¿eh,
mamá?
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