LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 71
Markus Zusak
La ladrona de libros
El placer de los cigarrillos
Hacia finales de 1939, Liesel se había adaptado bastante bien a la vida en
Molching. Todavía la asaltaban pesadillas donde aparecía su hermano y echaba
de menos a su madre, pero ahora también encontró consuelo.
Quería a su padre, Hans Hubermann, y, a pesar de los improperios y los
ataques verbales, también a su madre adoptiva. Quería y odiaba a su mejor
amigo, Rudy Steiner, lo que era del todo normal, y le encantaba ver que sus
competencias lectoras y su caligrafía progresaban de manera evidente y que
pronto estarían a punto de rayar lo aceptable, a pesar del fiasco en clase. En
conjunto todo daba como resultado cierto grado de satisfacción, que iba
acumulándose hasta rozar eso que suele llamarse «ser feliz».
LAS CLAVES DE LA FELICIDAD
1. Acabar el Manual del sepulturero.
2. Escapar a la ira de la hermana Maria.
3. Recibir dos libros por Navidad.
17 de diciembre.
Recordaba perfectamente la fecha porque fue justo una semana antes de
Navidad.
Como era habitual, la pesadilla de cada noche interrumpió su sueño y Hans
Hubermann la despertó. La tenía agarrada por el pijama sudado.
—¿El tren? —susurró.
—El tren —confirmó ella.
Liesel inspiró profundamente hasta que estuvo lista y luego empezaron a
leer el capítulo once del Manual del sepulturero. Lo acabaron poco después de las
tres de la madrugada y ya sólo les quedaba el último: «Respetar el
camposanto». Hans, con los plateados ojos hinchados por el cansancio y la cara
cubierta por una barba incipiente, cerró el libro y esperó los restos del sueño.
No llegaron.
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