LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 52

Markus Zusak La ladrona de libros Hans Hubermann pertenecía a ese diez por ciento. Existía una razón para ello. Por la noche, Liesel soñó, como siempre. Al principio veía las camisas pardas desfilando, pero luego la condujeron a un tren donde la esperaba el descubrimiento habitual: su hermano le clavaba la mirada. Cuando se despertó gritando, Liesel supo de inmediato que algo había cambiado. Un olor se desparramaba por debajo de las sábanas, cálido y empalagoso. Al principio intentó convencerse de que no había ocurrido nada, pero cuando su padre se acercó y la meció entre sus brazos, lloró y se lo confesó al oído. —Papá —susurró—, papá. Y eso fue todo. Seguramente él también lo olió. Hans la levantó con suavidad de la cama y se la llevó al lavabo. El momento llegó minutos después. —Cambiaremos las sábanas —dijo su padre, y cuando se agachó y tiró de la tela, algo se soltó y cayó al suelo de un golpe sordo. Un libro negro de letras plateadas salió disparado y aterrizó entre los pies del hombre alto. Lo miró. Miró a la niña, que se encogió de hombros tímidamente. A continuación, Hans leyó el título en voz alta, concentrado: Manual del sepulturero. «Así que ese es el título», pensó Liesel. El silencio se instaló entre ellos, entre el hombre, la niña y el libro. Hans lo recogió y habló con una voz tan suave como el algodón.  CONVERSACIÓN A LAS DOS  DE LA MADRUGADA ¿Es tuyo? —Sí, papá. ¿Quieres leerlo? De nuevo: —Sí, papá. Una sonrisa cansada. Ojos de metal, derretido. Bueno, entonces será mejor que lo leamos. 52