LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 50
Markus Zusak
La ladrona de libros
Antes de llegar a Himmelstrasse, Alex le dijo:
—Hijo, no puedes andar por ahí pintado de negro, ¿me entiendes?
Rudy le prestó atención, interesado... y confuso. La luna se había librado de
las nubes y ahora podía moverse, elevarse, zambullirse y derramar gotitas sobre
el rostro del chico, confiriéndole un aspecto inocente y lúgubre, como sus
pensamientos.
—¿Por qué no, papá?
—Porque te llevarán.
—¿Por qué?
—Porque no deberías querer ser como los negros o los judíos o como
cualquiera que... no sea como nosotros.
—¿Quiénes son los judíos?
—¿Te acuerdas de mi cliente más antiguo, el señor Kaufmann, al que le
compramos tus zapatos?
—Sí.
—Pues es judío.
—No lo sabía. ¿Tienes que pagar para ser judío? ¿Se necesita un permiso?
—No, Rudy. —El señor Steiner llevaba la bicicleta con una mano y a Rudy
con la otra. Pero le costaba más dirigir la conversación. Todavía no le había
soltado la oreja. Se había olvidado—. Es como ser alemán o católico.
—Ah. ¿Jesse Owens es católico?
—¡No lo sé!
Tropezó con uno de los pedales de la bicicleta y soltó la oreja del chico.
Continuaron caminando en silencio durante un rato.
—Ojalá fuera como Jesse Owens, papá —comentó Rudy.
Esta vez, el señor Steiner puso la mano sobre la cabeza de su hijo.
—Lo sé, hijo, pero tienes un precioso cabello rubio y unos ojazos azules que
te evitarán muchos problemas —le explicó—. Deberías conformarte, ¿está claro?
Sin embargo, no estaba nada claro.
Rudy no entendió ni una palabra y esa noche no fue más que el preludio de
lo que les deparaba el futuro. Dos años y medio después, la zapatería de los
Kaufmann acabó hecha añicos y todos los zapatos desaparecieron en un
camión, metidos en sus cajas.
50