LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 426

Markus Zusak La ladrona de libros . Me asomé y te vi, y estabas hermosa. Maldita sea, estabas tan hermosa, mamá...  MUCHOS MOMENTOS  DE INDECISIÓN Su padre. No quería, y no pudo, mirar a su padre. Todavía no. En ese momento no. Su padre era un hombre de ojos plateados, no apagados. ¡Su padre era un acordeón! Pero sus fuelles se habían quedado sin aire. Nada entraba y nada salía. Empezó a mecerse adelante y atrás. Una nota estridente, muda, sucia quedó atrapada entre sus labios hasta que fue capaz de volverse. Hacia su padre. Llegado ese momento, no pude refrenarme: me acerqué para verla mejor, y en cuanto conseguí volver a contemplar su cara adiviné que ese era el humano al que la joven más quería. Su gesto le acarició el rostro, resiguió una de las arrugas que le recorrían la mejilla. Él se había sentado en el baño con ella y le había enseñado a liar cigarrillos. Le había dado pan a un cadáver en Münchenstrasse y le había dicho que siguiera leyendo en el refugio antiaéreo. Si no lo hubiera hecho, tal vez ella no habría acabado escribiendo en el sótano. Su padre —el acordeonista— y Himmelstrasse. Uno no podía existir sin la otra porque, para Liesel, ambos querían decir hogar. Sí, eso significaba Hans Hubermann para Liesel Meminger. Se dio la vuelta y se dirigió a la cuadrilla de la LSE. —Por favor, ¿podrían acercarme el acordeón de mi padre? Tras unos momentos de confusión, uno de los miembros de mayor edad le llevó la funda rota y Liesel la abrió, sacó el maltrecho instrumento y lo dejó junto al cuerpo de su padre. —Aquí lo tienes, papá. Y te prometo una cosa, que cuando se arrodilló junto a Hans Hubermann lo vio levantarse y tocar el acordeón. Se puso en pie, se lo colgó a los hombros, sobre el macizo montañoso de casas derruidas y tocó el acordeón, con sus amables ojos plateados y un indolente cigarrillo entre los labios. Incluso falló en una nota y se echó a reír, una simpática retrospectiva. Los fuelles respiraron y el hombre alto tocó para Liesel Meminger una última vez mientras sacaban despacio el cielo del horno. Sigue tocando, papá. 426