LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 424
Markus Zusak
La ladrona de libros
—No te preocupes, jovencita, estás a salvo. Alejémonos un poco.
Pero Liesel se quedó donde estaba.
Miró al hombre que llevaba el acordeón, lo siguió y le pidió al espigado
trabajador de la LSE que se detuviera. Las bellas cenizas no dejaban de llover de
un cielo rojo.
—Ya me lo llevo yo, si no le importa... Es de mi padre —insistió.
Se lo quitó de las manos sin brusquedad y dio media vuelta. En ese
momento vio el primer cuerpo.
La funda del acordeón se le cayó de las manos. Sonó como una explosión.
El cadáver de frau Holtzapfel dibujaba una equis en el suelo.
LOS SIGUIENTES SEGUNDOS
DE LA VIDA DE LIESEL MEMINGER
Da media vuelta y contempla hasta donde le llega la vista ese
canal en ruinas que una vez fue Himmelstrasse. Ve dos
hombres llevando un cuerpo y los sigue.
Liesel tosió al ver a todos los demás y oyó cómo un hombre decía que
habían encontrado un cuerpo hecho pedazos en un arce.
Se topó con pijamas destrozados y rostros desgarrados. El cabello del chico
fue lo primero que vio.
¿Rudy?
Al segundo intento, no sólo musitó su nombre.
—¿Rudy?
Estaba tendido en el suelo, con su cabello rubio y los ojos cerrados. La
ladrona de libros corrió hacia él y cayó de rodillas. Soltó el libro negro.
—Rudy, despierta... —sollozó. Lo cogió por la camisa del pijama y lo
sacudió con suma suavidad, incrédula—. Despierta, Rudy. —Mientras el cielo
seguía caldeándose y lloviznaba ceniza, Liesel sujetaba a Rudy Steiner por la
camisa—. Rudy, por favor. —Intentando reprimir las lágrimas—. Rudy, por
favor, despierta, maldita sea, despierta, te quiero. Vamos, Rudy, vamos, Jesse
Owens, pero si te quiero, despierta, despierta, despierta...
No sirvió de nada.
La montaña de escombros era cada vez mayor. Colinas de cemento
coronadas de rojo. Una bella joven vapuleada por las lágrimas, zarandeando a
los muertos.
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