LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 423

Markus Zusak La ladrona de libros polvorientos brazos, pero la ladrona de libros consiguió zafarse de ellos. Los humanos desesperados suelen ser capaces de hacer esas cosas. Liesel no sabía hacia dónde correr, pues Himmelstrasse ya no existía. Todo era nuevo y apocalíptico. ¿Por qué el cielo estaba rojo? ¿Cómo podía estar nevando? ¿Y por qué los copos de nieve le abrasaban los brazos? Liesel aminoró el paso. Se volvió hacia lo que creía el final de la calle, caminando tambaleante. ¿Dónde está la tienda de frau Diller? ¿Dónde está...? Siguió deambulando sin rumbo hasta que el hombre que la había encontrado la cogió del brazo, sin dejar de hablar. —Estás aturdida, jovencita. Es la impresión, te pondrás bien. —¿Qué ha pasado? —preguntó Liesel—. ¿Esto es Himmelstrasse? —Sí. —El hombre tenía una mirada desengañada. ¿Qué habría visto en esos últimos años?—. Esto es Himmelstrasse. Os bombardearon, jovencita. Es tut mir leid, Schatzi. Lo siento, guapa. Los labios de la joven no dejaban de errar a pesar de que su cuerpo no se movía. Había olvidado que estuvo llamando a Hans Hubermann entre lágrimas. Eso había sucedido hacía años, ¿no...? Un bombardeo tiene estas cosas. —Tenemos que sacar a mis padres —dijo—. Tenemos que sacar a Max del sótano. Si no está ahí, estará en el pasillo, mirando por la ventana. Lo hace a veces, cuando hay un bombardeo. No suele ver mucho el cielo, ¿sabe? Tengo que decirle qué tiempo hace. No se va a creer... El cuerpo cedió, se doblegó y el hombre de la LSE la cogió y la obligó a sentarse. —La moveremos en un minuto —le comunicó a su sargento. La ladrona de libros bajó la vista hacia lo que le pesaba tanto y le lastimaba la mano. El libro. Las palabras. Le sangraban los dedos, igual que cuando llegó por primera vez a ese lugar. El hombre de la LSE la levantó y la sacó de allí. Una cuchara de madera ardía. Un hombre pasó por su lado con una funda de acordeón rota y Liesel vislumbró el instrumento en el interior. Vio los dientes blancos con sus notas negras intercaladas sonriéndole y la obligaron a regresar a la realidad. «Nos han bombardeado», se dijo, y se volvió hacia el hombre de al lado. —Ese es el acordeón de mi padre. —Una vez más—: Ese es el acordeón de mi padre. 423