LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 414
Markus Zusak
La ladrona de libros
—¿Frau Hermann?
La pregunta regresó hasta ella y rebotó de nuevo hacia la puerta de la calle,
aunque se detuvo lánguidamente a medio camino, sobre un par de gruesas
tablas de madera.
—¿Frau Hermann?
El silencio fue el único que contestó a su llamada, por lo que se sintió
tentada a rebuscar en la cocina, por Rudy. Se reprimió. No estaría bien robar
comida a una mujer que le había dejado un diccionario apoyado en el cristal de
la ventana. Eso y que acababa de destruir uno de sus libros, hoja a hoja, capítulo
a capítulo. Ya había causado suficiente perjuicio.
Liesel volvió a la biblioteca y abrió uno de los cajones del escritorio. Se
sentó.
LA ÚLTIMA CARTA
Querida Sra. Hermann:
Como puede ver, he vuelto a estar en su biblioteca y he estropeado
uno de sus libros. Estaba muy enfadada y preocupada y quería matar las palabras. Le he
robado y ahora, además, he estropeado algo de su propiedad. Lo siento. Como castigo, creo que
dejaré de venir. Aunque, ¿hasta qué punto es eso un castigo? Adoro y detesto este lugar porque
lo habitan las palabras.
Ha continuado siendo mi amiga a pesar de haberla ofendido, a pesar de que he sido
insufrible (una palabra que he buscado en su diccionario) y creo que es hora de que la deje en
paz. Lo siento.
Gracias otra vez.
L IESEL M EMINGER
Dejó la nota sobre el escritorio y se despidió por última vez de la habitación
dando tres vueltas y pasando las manos por encima de los libros. Por mucho
que los odiara, no pudo resistirse. Había esparcidos trochos de papel alrededor
de uno titulado Las reglas de Tommy Hoffmann. La brisa que entraba por la
ventana los hizo revolotear.
La luz aún era anaranjada, pero no tan resplandeciente como antes. Sus
manos sintieron la última presión sobre el marco de madera de la ventana,
sensación seguida de la sacudida del estómago durante el descenso y la
punzada de dolor en los pies al plantarlos en el suelo.
Después de bajar la colina y cruzar el puente, la luz anaranjada ya se había
desvanecido. Las nubes barrían el cielo.
Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer cuando llegaba a
Himmelstrasse. Pensó que no volvería a ver a Ilsa Hermann nunca más, aunque
414