LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 412

Markus Zusak La ladrona de libros El librito negro de Ilsa Hermann A mediados de agosto, creía que acudía al número ocho de Grandestrasse en busca del mismo remedio de siempre. Para animarse. Eso era lo que creía. El día había sido caluroso, pero se esperaban lluvias por la noche. En La última extranjera, había una cita cerca ya del final, que Liesel recordó cuando pasaba junto a la tienda de frau Diller.  «LA ÚLTIMA EXTRANJERA»  PÁGINA 211 «El sol remueve la tierra. Una y otra vez, nos va removiendo, como a un guiso.» Liesel cruzó el puente del Amper. El agua corría soberbia, esmeralda y exuberante. Veía las piedras del lecho y oía el familiar rumor de la corriente. El mundo no se merecía un río así. Subió la colina hasta Grandestrasse. Las mansiones eran fascinantes y detestables. Se regodeó con el ligero dolorcillo que sentía en las piernas y los pulmones. Camina más rápido, pensó, y empezó a remontar, como un monstruo saliendo de la arena. Olía a hierba recién cortada de los jardines. Era un olor fresco y dulzón, verde con motitas amarillas. Cruzó el patio sin volver la cabeza ni una sola vez o el mínimo asomo de paranoia. La ventana. Manos en el marco, tijereta con las piernas. Pies en el suelo. Libros, hojas y un lugar dichoso. Sacó un libro de las estanterías y se sentó con él en el suelo. 412