LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 410
Markus Zusak
La ladrona de libros
Descansaba una mano sobre una rama astillada.
—Rudy, si te cuento algo, ¿me prometes que no se lo contarás a nadie?
—Claro. —Rudy percibió la seriedad en el rostro de la chica y la
pesadumbre en su voz. Se apoyó en el árbol contiguo al de ella—. ¿De qué se
trata?
—Promételo.
—Ya lo he hecho.
—Vuelve a hacerlo. No puedes decírselo ni a tu madre, ni a tu hermano ni a
Tommy Müller. A nadie.
—Lo prometo.
Se inclinó.
Miró al suelo.
Liesel intentó encontrar por dónde empezar varias veces, leyendo las frases
a sus pies mientras mezclaba las palabras con las piñas y los trocitos de ramas
rotas.
—¿Recuerdas cuando me hice daño jugando al fútbol en la calle? —se
decidió.
Necesitó unos tres cuartos de hora para explicarle dos guerras, un
acordeón, un púgil judío y un sótano. Sin olvidar lo que había ocurrido cuatro
días antes en Münchenstrasse.
—Por eso te acercaste a mirar más de cerca el día del pan, para ver si lo
encontrabas —concluyó él.
—Sí.
—Por los clavos de Cristo.
—Sí.
Los árboles eran altos y triangulares. Estaban serenos.
Liesel sacó El árbol de las palabras de la bolsa y le enseñó a Rudy una de las
páginas en la que aparecía un niño con tres medallas colgando del cuello.
—«El pelo de color limón» —leyó Rudy. Tocó las palabras con los dedos—.
¿Le hablabas de mí?
Liesel no pudo responder enseguida. Tal vez fue la súbita sacudida
amorosa que sintió por él. ¿O había sido así siempre? Era probable. Privada del
habla, deseó que la besara, que la agarrara de la mano y la atrajera hacia él. No
importaba dónde. En la boca, en el cuello, en la mejilla. Tenía toda la piel libre
para él, a la espera.
Unos años antes, cuando corrían por un campo embarrado, Rudy era un
saco de huesos ensamblados con prisas, de sonrisa escarpada e irregular. Esa
tarde entre los árboles era alguien que repartía pan y ositos de peluche. Era
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