LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 406
Markus Zusak
La ladrona de libros
Uno de los judíos de camino a Dachau había dejado de andar.
Estaba totalmente inmóvil mientras los demás lo esquivaban, taciturnos,
abandonándolo a su suerte. Sus ojos vacilaron. Fue todo muy sencillo: las
palabras pasaron de la joven al judío, treparon hacia él.
Cuando la niña volvió a hablar, las preguntas tropezaron en su boca.
Lágrimas calientes luchaban por hacerse sitio en sus ojos, pero ella estaba
decidida a retenerlas. Mejor mantenerse firme, con orgullo. Que se encargaran
las palabras.
—«¿De verdad eres tú?, preguntó el joven» —dijo Liesel—. «¿Fue de tu
mejilla de donde recogí la semilla?»
Max Vandenburg permaneció firme.
No se cayó de rodillas.
La gente, los judíos y las nubes, todos se detuvieron. A mirar.
Max observó a la joven y luego volvió la vista hacia el vasto y
resplandeciente cielo azul. Contundentes rayos —columnas de sol— alcanzaban
maravillados la calzada al azar. Las nubes arquearon la espalda para echar un
vistazo atrás al reanudar la marcha.
—Hace un día precioso —dijo Max con voz quebrada.
Un gran día para morir. Un gran día para morir así.
Liesel se acercó y esta vez encontró el valor para alargar una mano y
acariciar su barbuda mejilla.
—¿De verdad eres tú, Max?
Qué espléndido día alemán, con su atenta multitud.
Max dejó que sus labios besaran la palma de la joven.
—Sí, Liesel, soy yo.
Con su mano, sostuvo la de Liesel sobre su mejilla y lloró entre sus dedos.
Lloraba mientras los soldados se acercaban y un pequeño grupo de insolentes
judíos los miraba.
Lo azotaron, en pie.
—Max —sollozó la niña.
Pronunció su nombre otra vez, en silencio, mientras la sacaban a rastras:
Max.
El púgil judío.
En su interior, Liesel lo dijo todo.
Maxi Taxi. Así es como ese amigo tuyo te llamaba en Sttutgart cuando
peleabas en la calle, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas, Max? Tú me lo contaste. Lo
recuerdo todo...
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