LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 404
Markus Zusak
La ladrona de libros
No, pelo de cañas. Ese es el aspecto que tiene cuando lo lleva sucio. Busca
pelo de cañas y ojos cenagosos y una barba rasposa.
Dios, había tantos...
Tantos juegos de miradas agónicas y pasos arrastrándose.
Liesel siguió buscando y no fue el reconocimiento de unos rasgos faciales lo
que descubrió a Max Vandenburg, sino el modo en que se comportaba su
rostro, porque él también buscaba entre la multitud. Concentrado. Liesel sintió
que todo se detenía cuando dio con los únicos ojos que miraban directamente a
la cara a los espectadores alemanes. Los estudiaba con tal intensidad que la
gente que rodeaba a la ladrona de libros se percató y lo señaló.
—¿Qué mira ese? —preguntó a su lado una voz masculina.
La ladrona de libros bajó del bordillo.
Moverse nunca había sido una carga tan pesada. Su pecho adolescente
nunca había sentido el corazón tan henchido. Dio un paso al frente.
—Me busca a mí —dijo con un hilo de voz.
Su voz se fue apagando y cayó en picado por su garganta. Tuvo que
reencontrarla, rebuscando en el fondo, para aprender a hablar de nuevo y decir
su nombre. Max.
—¡Max, estoy aquí!
Más alto.
—¡Max, estoy aquí!
La oyó.
MAX VANDENBURG,
AGOSTO DE 1943
Allí estaba, con el pelo hecho unas ramas secas, como
imaginaba Liesel, y los ojos cenagosos que se abrieron paso
hacia ella, saltando de hombro judío en hombro judío. La
miraron suplicantes al llegar a su lado. La barba ocultaba el
rostro y le temblaron los labios cuando pronunció la palabra,
el nombre, la niña. Liesel.
Liesel se desmarcó definitivamente de la multitud y se adentró en la marea
de judíos, abriéndose paso entre ellos hasta que se aferró al brazo de Max con
una mano.
El rostro de Max dio con ella.
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