LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 400

Markus Zusak La ladrona de libros  24 DE JULIO, 6.03 DE LA MAÑANA  En la lavandería hacía calor, las vigas eran firmes y Michael Holtzapfel saltó de la silla como si lo hiciera desde un precipicio. En aquella época mucha gente me perseguía, me reclamaba y me pedía que me la llevara. Unos pocos llamaban mi atención por casualidad y me susurraban al oído con voz apagada. Llévame, decían, y no había forma de que callaran. Tenían miedo, de acuerdo, pero no de mí. Les asustaba echarlo todo a perder y tener que volver a enfrentarse a ellos mismos y al mundo y a gente como tú. Estaba atada de manos. Eran muy ingeniosos, contaban con muchos recursos y, cuando les salía bien, fuera cual fuese el método que hubieran escogido, me era imposible rechazarlos. Michael Holtzapfel sabía lo que hacía. Se mató por querer vivir. Por descontado, no vi a Liesel Meminger aquel día. Como suele ocurrir en estos casos, me dije que tenía demasiado trabajo para quedarme en Himmelstrasse a escuchar los lamentos. Es duro cuando alguien te sorprende con las manos en la masa, así que tomé la habitual decisión de retirarme hacia el sol matutino. No oí estallar la voz de un anciano cuando encontró el cuerpo colgando, ni los correteos o los atónitos gritos ahogados de la gente que iba llegando. Tampoco oí murmurar a un hombre esquelético y con bigote: «Qué lástima, es una verdadera lástima...». No vi a frau Holtzapfel tendida en Himmelstrasse, con los brazos abiertos y el rostro desfigurado por la desesperación. No, todo eso se me pasó por alto hasta que volví unos meses después y leí algo titulado La ladrona de libros. Me enteré de que no fue la mano herida ni ninguna otra herida lo que acabó finalmente con Michael Holtzapfel, sino la culpa de estar vivo. Tiempo antes de su muerte, la niña se había percatado de que Michael no dormía, que las noches eran como un veneno. Suelo imaginármelo desvelado, sudando entre sábanas de nieve o viendo las piernas cercenadas de su hermano. Liesel escribió que en varias ocasiones estuvo a punto de hablarle de su propio hermano como lo había hecho con Max, pero parecía existir una gran diferencia entre una tos de largo recorrido y dos piernas desaparecidas. ¿Cómo se consuela a un hombre que ha visto algo así? ¿Le dices que el Führer está orgulloso de él, que el Führer lo estima por lo que ha hecho en Stalingrado? ¿Cómo te atreves siquiera? Lo único que puedes hacer es dejarlo hablar. Por 400