LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 380

Markus Zusak La ladrona de libros El accidente Era una mañana sorprendentemente luminosa y los hombres estaban subiendo al camión. Hans Hubermann acababa de sentarse en el asiento que le habían asignado. Reinhold Zucker estaba a su lado, de pie. —Mueve el culo —dijo. —Bitte? ¿Cómo dices? Zucker tenía que encorvarse bajo la capota del vehículo. —He dicho que muevas el culo, Arschloch. —La mata grasienta del flequillo le caía como un mazacote sobre la frente—. Te cambio el asiento. Hans se quedó desconcertado. El asiento de atrás probablemente era el más incómodo de todos, el más frío y estaba expuesto a las corrientes de aire. —¿Por qué? —¿Qué más da? —Zucker empezaba a perder la paciencia—. Tal vez quiera salir el primero para usar las letrinas. Hans enseguida se dio cuenta de que el resto de la unidad seguía la lamentable pelea entre dos supuestos adultos. Hans no quería claudicar, pero tampoco ser un incordio. Además, acababan de terminar un turno extenuante y no le quedaban fuerzas para seguir discutiendo. Con la espalda encorvada, ocupó el asiento vacante, en medio del camión. —¿Por qué has dado tu brazo a torcer delante de ese Scheisskopf? —le preguntó el hombre que se sentaba al lado. Hans encendió un cigarrillo y le ofreció una calada. —El aire me da dolor los oídos. El camión verde oliva regresaba al campamento, a unos quince kilómetros de distancia. Brunnenweg estaba contando un chiste sobre una camarera francesa cuando una de las ruedas delanteras sufrió un pinchazo y el conductor perdió el control del vehículo. El camión dio varias vueltas de campana y los hombres maldecían mientras se golpeaban con el aire, la luz, los trastos y el tabaco. Cuando intentaron aferrarse a algo, el cielo azul ya no hacía de techo sino de suelo. 380