LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 379
Markus Zusak
La ladrona de libros
en esa habitación donde Liesel siempre los recibía. Su padre se levantó y le dijo
que ya casi era toda una mujer. Max estaba escribiendo El árbol de las palabras en
el rincón. Rudy estaba desnudo junto a la puerta. De vez en cuando, su madre
aparecía en un andén de tren junto a la cama. Y lejos, en la habitación que se
tendía como un puente hacia una ciudad sin nombre, su hermano, Werner,
jugaba con la nieve.
Al otro lado del pasillo, Rosa roncaba haciendo de metrónomo para las
visiones de Liesel, quien, despierta y rodeada de gente, recordó una cita de su
libro más reciente.
«LA ÚLTIMA EXTRANJERA»
PÁGINA 38
«Las calles de la ciudad estaban llenas de gente, pero la
extranjera no se habría sentido más sola de haber estado
desiertas.»
Al llegar la mañana, las visiones se habían desvanecido y oyó la apagada
retahíla de palabras procedente del comedor. Rosa estaba sentada con el
acordeón, rezando.
—Que vuelvan con vida —repetía—. Por favor, Señor, por favor. Todos.
Incluso las arrugas de los ojos tenían las manos entrelazadas.
El acordeón debía de hacerle daño, pero a ella no parecía importarle.
Rosa jamás le habló a Hans de esos momentos, pero Liesel creía que esas
oraciones ayudaron a su padre a sobrevivir al accidente de la LSE en Essen. Y si
no fueron de ayuda, tampoco le hicieron daño a nadie.
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