LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 377
Markus Zusak
La ladrona de libros
Hombres desmembrados.
No fue una excursión a la nieve, eso te lo aseguro.
Tal como Michael le contó a su madre, pasaron tres largos días hasta que
finalmente pasé a buscar al soldado que había perdido sus pies, en Stalingrado.
Me presenté en ese hospital provisional al que tenía acceso libre y el olor me
estremeció.
Un hombre con una mano vendada le estaba diciendo al soldado mudo y
espantado que sobreviviría.
—Pronto estarás en casa —le aseguró.
Sí, en casa, pensé. Para siempre.
—Te esperaré —añadió—. Iba a volver al final de la semana, pero esperaré.
En medio de la frase de su hermano, recogí el alma de Robert Holtzapfel.
Por lo general tengo que esforzarme para poder ver a través del techo
cuando estoy dentro, pero tuve suerte con ese edificio en concreto. Una
pequeña sección del tejado había quedado destruida y nada obstaculizaba la
visión. A un metro de nosotros, Michael Holtzapfel seguía hablando. Intenté
ignorarlo mirando por el agujero del techo. El cielo estaba blanco, pero
empeoraba por momentos. Como siempre, se estaba convirtiendo en una
enorme sábana para trapos manchada de sangre. Las nubes estaban sucias,
como las pisadas en la nieve medio derretida.
¿Pisadas?, te extrañarás.
Bueno, me pregunto de quién podrían ser.
Liesel leía en la cocina de frau Holtzapfel. Las páginas iban pasando sin que
nadie les prestara atención y, en cuanto a mí, cuando la escena rusa se
desvanece ante mis ojos, la nieve se niega a dejar de caer del techo. Ha cubierto
la tetera y la mesa. También se acumula sobre la cabeza y los hombros
humanos.
El hermano se estremece.
La mujer solloza.
Y la niña sigue leyendo, pues para eso está allí, y le hace sentir bien ser útil
para algo tras las nieves de Stalingrado.
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