LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 376
Markus Zusak
La ladrona de libros
ha ocurrido siempre que hay nieve, armas y un confuso batiburrillo de idiomas
humanos de por medio.
Cuando imagino la cocina de frau Holtzapfel, basándome en las palabras
de la ladrona de libros, no veo los fogones, ni las cucharas de madera, ni la
bomba de agua, ni nada por el estilo. Al menos no de buenas a primeras. Lo que
veo es el invierno ruso y la nieve cayendo del cielo y la suerte que corrió el
segundo hijo de frau Holtzapfel.
Se llamaba Robert y lo que le ocurrió fue lo siguiente.
UNA PEQUEÑA HISTORIA BÉLICA
Le amputaron las piernas a la altura de la rodilla y su hermano
lo vio morir en un frío y pestilente hospital.
Rusia, 5 de enero de 1943, otro gélido día más. Fuera, entre la ciudad y la
nieve, había rusos y alemanes muertos por todas partes. Los que quedaban,
disparaban a las páginas en blanco que tenían delante. Tres lenguas se
entrelazaban: el ruso, las balas y el alemán.
Mientras avanzaba entre las almas caídas, uno de los hombres no dejaba de
repetir una y otra vez: «Me escuece la barriga». Muchas veces. A pesar del
dolor, se arrastró hasta una oscura silueta desfigurada que estaba sentada,
desangrándose, en el suelo. Cuando el soldado herido en la barriga llegó hasta
él, vio que se trataba de Robert Holtzapfel. Tenía las manos cubiertas de sangre
reseca y estaba amontonando nieve sobre las rodillas, en el lugar donde estaban
sus piernas antes de que se las volara la última explosión. Manos calientes y un
grito encarnado.
El suelo humeaba. La imagen y el olor de la nieve pudriéndose.
—Soy yo —le dijo el soldado—. Pieter.
Se arrastró unos centímetros más.
—¿Pieter? —preguntó Robert con voz desvaída. Debió de sentirme muy
cerca—. ¿Pieter? —repitió.
No sé por qué, los moribundos siempre hacen preguntas retóricas. Tal vez
sea para morir satisfechos de haber acertado.
De repente, todas las voces sonaban igual.
Robert Holtzapfel se desplomó a un lado, sobre el frío y humeante suelo.
Estoy segura de que esperaba encontrarme allí en ese mismo momento.
No fue así.
Por desgracia para el joven alemán, no me lo llevé esa tarde. Pasé por
encima de él con otras pobres almas en los brazos y me volví con los rusos.
Estuve yendo todo el día de un lado al otro.
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