LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 373

Markus Zusak La ladrona de libros Las nieves de Stalingrado A mediados de enero de 1943, Himmelstrasse era tan sombría y deprimente como de costumbre. Liesel cerró la puerta de la cancela, se dirigió a casa de frau Holtzapfel y llamó a la puerta. Salió a recibirla toda una sorpresa. Lo primero que pensó fue que el hombre debía de ser uno de sus hijos, pero no se parecía a ninguno de los otros hermanos de la fotografía enmarcada que colgaba junto a la puerta. Aparentaba ser bastante más mayor, pero no habría puesto la mano en el fuego. La barba le salpicaba la cara y tenía una mirada contundente y apenada. Una mano con un vendaje salpicado de cerezas sanguinolentas asomaba inerte por la manga del abrigo. —Será mejor que vuelvas más tarde. Liesel intentó echar un vistazo al interior y estaba a punto de llamar a frau Holtzapfel cuando el hombre se le adelantó. —Niña, vuelve más tarde —insistió—. Iré a buscarte. ¿Dónde vives? Más de tres horas después alguien llamó a la puerta del número treinta y tres de Himmelstrasse y el hombre apareció ante Liesel. Las cerezas de sangre se habían convertido en ciruelas. —Ahora ya puede atenderte. Fuera, bajo la difusa y lánguida luz, Liesel no pudo reprimirse y le preguntó qué le había pasado en la mano. El hombre resopló una sola sílaba antes de responder. —Stalingrado. —¿Cómo dice? —preguntó Liesel. El hombre había contestado mirando al frente—. No le he entendido. Lo repitió, esta vez más alto y explicándose. —Stalingrado es lo que le ocurrió a mi mano. Me dispararon en las costillas y me volaron tres dedos. ¿Responde eso tu pregunta? —Metió la mano ilesa en el bolsillo y se estremeció con desdén, mofándose del viento alemán—. ¿Crees que aquí hace frío? 373