LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 370
Markus Zusak
La ladrona de libros
Parecía haberle hecho gracia. Liesel se fijó en que las pantuflas también
llevaban una esvástica bordada en la puntera.
—Porque es el alcalde. Pensaba que leería mucho.
La mujer del alcalde metió las manos en los bolsillos.
—Últimamente tú eres la que más utiliza esta habitación.
—¿Ha leído este?
Liesel levantó La última extranjera. Ilsa examinó el título de cerca.
—Sí, lo he leído.
—¿Está bien?
—No está mal.
En ese momento tuvo ganas de irse y, sin embargo, también sintió la
peculiar obligación de quedarse. Hizo el amago de decir algo, pero tenía que
escoger entre muchas palabras demasiado rápidas. Intentó echarles el guante
varias veces, aunque fue la mujer del alcalde la que tomó la iniciativa.
Vio la cara de Rudy en la ventana o, para ser exactos, su cabello iluminado
por las velas.
—Creo que será mejor que te vayas —dijo—. Te están esperando.
Se comieron los dulces de camino a casa.
—¿Estás segura de que no había nada más? —preguntó Rudy—. Igual te
has dejado algo.
—Da las gracias de haber encontrado los dulces. —Liesel examinó con
atención el regalo que Rudy llevaba en las manos—. Oye, Rudy, ¿te has comido
alguno antes de que saliera?
Rudy se indignó.
—Eh, tú eres la ladrona, no yo.
—No me engañes, Saukerl, todavía tienes azúcar en la comisura de los
labios.
Alterado, Rudy aguantó el plato con una sola mano y se limpió con la otra.
—No me he comido ninguno, te lo prometo.
Se acabaron la mitad de los dulces antes de llegar al puente y compartieron
el resto con Tommy Müller en Himmelstrasse.
Cuando se comieron el último, sólo quedó una pregunta en el aire, a la que
Rudy le puso voz:
—¿Qué narices hacemos con el plato?
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