LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 352
Markus Zusak
La ladrona de libros
¿Era eso la Alemania nazi?
El primer soldado no vio el pan —no tenía hambre—, pero al primer judío
no se le pasó por alto.
Bajó la mano andrajosa, recogió un trozo y se lo metió en la boca con
fruición.
Liesel se preguntó si sería Max.
Desde allí no lo distinguía bien, así que cambió de posición para verlo
mejor.
—¡Eh!, no te muevas. —Rudy estaba blanco—. Si nos encuentran aquí y nos
relacionan con el pan, somos historia.
Liesel no le hizo caso.
Otros judíos se agachaban y cogían el pan de la carretera y, desde el lindar
de los árboles, la ladrona de libros los examinaba a todos y cada uno de ellos.
Max Vandenburg no estaba.
El alivio fue efímero.
La emoción se congeló cuando uno de los soldados advirtió que uno de los
prisioneros alargaba la mano hasta el suelo y dieron la orden de detenerse para
inspeccionar la carretera a conciencia. Los prisioneros masticaron todo lo rápido
y en silencio que pudieron y, al unísono, tragaron.
El soldado recogió varios trocitos y miró a ambos lados de la calzada. Los
prisioneros también miraron.
—¡Allí!
Uno de los soldados se dirigió a grandes zancadas hacia la muchacha que
había junto al árbol más cercano. A su lado vio al muchacho. Los dos echaron a
correr.
—¡No te pares, Liesel!
—¿Y las bicicletas?
—Scheiss drauf! ¡A la mierda, a quién le importan!
Siguieron corriendo y, a unos cien metros, sintió el aliento del soldado
cernirse sobre ella. La alcanzó, y Liesel ya estaba esperando que la mano la
aferrara.
Tuvo suerte.
Lo único que recibió fue un puntapié en el trasero y un puñado de palabras.
—¡Sigue corriendo, niña, no deberías estar aquí!
Liesel siguió corriendo sin parar como mínimo otros dos kilómetros. Las
ramas le cortaban los brazos, las piñas rodaban bajo sus pies y el aroma de la
Navidad inundaba sus pulmones.
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