LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 342
Markus Zusak
La ladrona de libros
Eso estaba mejor.
Al llegar a Münchenstrasse, Rudy se detuvo y miró el escaparate de la
tienda de su padre. Antes de que Alex se fuera, había discutido con su mujer si
ella debía hacerse cargo del negocio mientras él estuviera fuera. Al final
decidieron que no, teniendo en cuenta que el trabajo había disminuido mucho
en los últimos tiempos y que existía la amenaza de que algunos miembros del
partido se hicieran notar. Los negocios nunca les iban bien a los agitadores.
Tendrían que apañárselas con la paga del ejército.
Los trajes colgaban de los rieles y los maniquíes conservaban sus ridículas
posturas.
—Creo que le gustas a esa —dijo Liesel al cabo de un rato.
Era su forma de decirle que era hora de irse.
En Himmelstrasse, Rosa Hubermann y Barbara Steiner esperaban juntas en
la acera.
—¡La Virgen! —exclamó Liesel—. ¿Estarán preocupadas?
—Parecen furiosas.
Sufrieron un interrogatorio nada más llegar, con preguntas del tipo:
«¿Dónde narices os habéis metido vosotros dos?», pero el enojo pronto dio paso
al alivio.
Barbara estaba interesada en las respuestas.
—¿Y bien, Rudy?
—Iba a matar al Führer —contestó Liesel por él.
Rudy pareció feliz de verdad el tiempo suficiente para que Liesel se sintiera
complacida.
—Adiós, Liesel.
Horas después se oyó un ruido procedente del comedor que llegó hasta la
cama de Liesel. La joven se despertó pensando en fantasmas, en papá, en
intrusos y en Max. Oyó que abrían y arrastraban algo y luego un silencio
indefinido. El silencio siempre era la mayor de las tentaciones.
No te muevas, pensó varias veces, pero no lo pensó lo suficiente.
Sus pies frotaron el suelo.
Sintió el aliento del aire metiéndose por las mangas del pijama.
Se abrió paso a través de la oscuridad del pasillo, en dirección al lugar de
donde procedía el ruido, hacia un hilo de luz de luna que la esperaba en el
comedor. Se detuvo, notando la desnudez de los tobillos y los dedos de los pies,
y echó un vistazo.
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