LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 334
Markus Zusak
La ladrona de libros
Necesitaban más gente —y más medios para obtenerla— y, en la mayoría
de los casos, los peores trabajos se adjudicaban a la gente de peor calaña.
Al repasar la carta, Liesel vio la mesa de madera a través de los agujeros
que habían dejado las teclas al picar las letras. Palabras como «obligatorio» y
«deber» habían recibido una buena tunda. La saliva se acumuló en su garganta;
tenía ganas de vomitar.
—¿Qué es esto?
—Creía que te había enseñado a leer, jovencita —fue la apagada respuesta
de su padre.
No lo dijo ni con enojo ni con sarcasmo. Era la voz del vacío, como su
expresión.
Liesel miró a su madre.
Rosa tenía un pequeño rasguño bajo un ojo, y tras pocos segundos se rajó
todo su rostro acartonado. No por la mitad, sino por un lado. El tajo le recorría
la mejilla formando un arco y moría en la barbilla.
VEINTE MINUTOS DESPUÉS:
UNA CHICA EN HIMMELSTRASSE
Mira a lo alto. Habla en susurros. «Hoy el cielo está sereno,
Max. Igual que las nubes, esponjosas y tristes, y...» Aparta la
vista y se cruza de brazos. Piensa en su padre yendo a la guerra
y se arropa la chaqueta con fuerza. «Y hace frío, Max. Hace
mucho frío...»
Cinco días después, continuando con la costumbre de salir a ver qué
tiempo hacía, no pudo ver el cielo.
En la puerta de al lado, Barbara Steiner estaba sentada en el escalón de casa
con el pelo recién cepillado. Fumaba un cigarrillo y se estremecía. Liesel iba a
acercarse cuando vio a Kurt. El joven salió de la casa, se sentó junto a su madre
y, al ver que la chica se detenía, la llamó.
—Ven, Liesel, Rudy saldrá enseguida.
Tras una breve vacilación, Liesel siguió caminando hacia la casa de los
Steiner.
Barbara fumaba.
La ceniza se tambaleaba en el extremo del cigarrillo. Kurt se lo quitó, tiró la
ceniza, le dio una calada y se lo devolvió.
La madre de Rudy alzó la vista cuando se acabó el cigarrillo y se pasó una
mano por la pulcra melena.
—Mi padre también va —comentó Kurt.
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