LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 298

Markus Zusak La ladrona de libros El aullido de las sirenas Hans llevó a casa una radio de segunda mano con lo poco que había recaudado durante el verano. —Así sabremos cuándo van a empezar los bombardeos antes de que suenen las sirenas —explicó—. Primero se oye un cucú y luego anuncian las zonas en peligro. La colocó sobre la mesa de la cocina y la encendió. También intentaron hacer que funcionara en el sótano, para Max, pero por los altavoces sólo se oían interferencias y voces entrecortadas. En septiembre no la oyeron porque estaban durmiendo. O bien la radio ya estaba medio rota o la sofocó el plañidero gemido de las sirenas. Una mano zarandeó el hombro de Liesel con suavidad, para que se despertara. Después la voz de su padre, preocupada. —Liesel, despierta. Tenemos que irnos. En medio de la desorientación por el sueño interrumpido, Liesel apenas consiguió adivinar el contorno del rostro de su padre. Lo único visible era su voz. Se detuvieron en el pasillo. —Esperad —ordenó Rosa. Todos fueron corriendo al sótano, atravesando la oscuridad. La lámpara estaba encendida. Max asomó por detrás de los botes de pintura y las sábanas. Tenía aspecto de cansado y, nervioso, se agarró con los pulgares a la cinturilla del pantalón. —Hora de irse, ¿no? Hans se acercó. —Sí, es hora de irse. —Le estrechó la mano y le dio un golpecito en el brazo—. Nos veremos a la vuelta, ¿de acuerdo? 298