LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 294

Markus Zusak La ladrona de libros Se debía al placer y la satisfacción. De un buen robo. Una semana después, la trilogía de la felicidad estuvo completa. A finales de agosto llegó un regalo o, mejor dicho, se fijaron en él. Se acercaba la noche y Liesel estaba mirando cómo Kristina Müller saltaba a la cuerda en Himmelstrasse. Rudy Steiner derrapó delante de ella con la bicicleta de su hermano. —¿Tienes tiempo? —le preguntó. Liesel se encogió de hombros. —¿Para qué? —Creo que será mejor que vengas. Soltó la bicicleta y fue a buscar la otra a casa. Liesel se quedó mirando el pedal que giraba delante de ella. Pedalearon hasta la Grandestrasse, donde Rudy se detuvo y esperó. —Bueno, ¿qué pasa? —preguntó Liesel. Rudy señaló. —Mira con atención. Despacio, se trasladaron a un sitio desde el que podían ver mejor, detrás de una pícea azul. Liesel divisó la ventana cerrada a través de las ramas espinosas y luego un objeto apoyado contra el cristal. —¿Es...? Rudy asintió con la cabeza. Debatieron el tema largo y tendido hasta que llegaron a la conclusión de que debían hacerlo. Era evidente que lo habían dejado allí intencionadamente y que, si era una trampa, valía la pena jugársela. —Un ladrón de libros lo haría —aseguró Liesel, entre las polvorientas ramas azuladas. Liesel soltó la bicicleta, echó un vistazo a la calle y cruzó el patio. Las sombras de las nubes estaban sepultadas bajo la oscura hierba. ¿Eran agujeros por los que uno podía colarse u otros pedacitos de oscuridad donde ocultarse? Su imaginación la coló por unos de esos agujeros para caer en las malvadas garras del mismo alcalde. Al menos esas imágenes la ayudaron a distraerse, y se encontró junto a la ventana antes de lo esperado. Todo volvía a ser como con El hombre que silbaba. Los nervios le lamían las manos. Reguerillos de sudor se rizaban bajo los brazos. 294