LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 293
Markus Zusak
La ladrona de libros
A continuación, se pusieron a trabajar cada uno en lo suyo: Max en su
cuaderno y Liesel en El repartidor de sueños. Ya había llegado a los últimos
capítulos de la novela, en los que el joven sacerdote dudaba de su fe tras un
encuentro con una misteriosa y elegante dama.
Max le preguntó cuándo creía que iba a acabarlo al ver que lo colocaba boca
abajo sobre su regazo.
—Me quedan pocos días.
—¿Y luego a por uno nuevo?
La ladrona de libros alzó la vista al techo.
—Tal vez, Max. —Cerró el libro y se recostó hacia atrás—. Con un poco de
suerte.
EL SIGUIENTE LIBRO
No es el Gran diccionario de definiciones y sinónimos, como
cabría esperar.
No, el diccionario llegará al final de esta pequeña trilogía y todavía estamos
en la segunda entrega. Esta es la parte en que Liesel termina El repartidor de
sueños y roba un libro titulado Una canción en la oscuridad. Como siempre, lo
consiguió en la casa del alcalde; la única diferencia es que esta vez fue sola a la
parte alta de la ciudad. Ese día Rudy no la acompañó.
Era una mañana llena de sol y nubes espumosas.
Liesel estaba en la biblioteca del alcalde, con codicia en las manos y títulos
en los labios. Esta vez se sentía tan a sus anchas que se atrevió a recorrer los
lomos con los dedos —una breve recreación de la visita anterior a la
habitación— susurrando casi todos los títulos, de una estantería a otra.
Bajo el cerezo.
El décimo teniente.
Como de costumbre, mucho títulos la tentaron, pero tras un par de minutos
en la habitación, se decidió por Una canción en la oscuridad, en gran parte porque
el libro era verde y todavía no tenía un libro de ese color. Las letras grabadas en
la portada eran blancas y había una pequeña flauta dibujada entre el título y el
nombre del autor. Saltó desde el alféizar con el libro bajo el brazo, dando las
gracias mientras salía.
Sin Rudy parecía que le faltaba algo, pero esa mañana, por alguna razón
desconocida, la ladrona de libros se sentía más feliz sola. No perdió el tiempo y
se puso a leer el libro junto al Amper, bastante alejada de cualquier posible
cuartel general de Viktor Chemmel y la antigua banda de Arthur Berg. Nadie
apareció, nadie la interrumpió, y Liesel leyó feliz cuatro de los brevísimos
capítulos de Una canción en la oscuridad.
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