LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 289

Markus Zusak La ladrona de libros Fueron aminorando el paso hasta detenerse al final de la pista. Rudy puso los brazos en jarras. —Tengo que hacerlo. Se entrenó durante seis semanas. A mediados de agosto, cuando llegó el festival, el cielo estaba despejado y hacía un día soleado. El campo estaba invadido por miembros de las Juventudes Hitlerianas, padres y demasiados cabecillas de camisas pardas. Rudy Steiner se encontraba en una excelente forma física. —Mira, ahí está Deutscher —señaló. Entre la gente, el rubio paradigma de las Juventudes Hitlerianas estaba dando órdenes a dos miembros de su división. Los otros asentían con la cabeza y hacían estiramientos de vez en cuando. Uno de ellos se hacía pantalla con la mano para proteger sus ojos del sol, como si saludara. —¿Quieres decirle algo? —preguntó Liesel. —No, gracias. Ya lo haré después. Cuando haya ganado. Nunca las pronunció, pero las palabras estaban allí, en algún lugar entre los ojos azules de Rudy y los gestos de Deutscher. El desfile obligatorio atravesó el campo. El himno. Heil Hitler! Sólo entonces se podía empezar. Cuando llamaron al grupo de edad de Rudy para la carrera de los mil quinientos metros, Liesel le deseó suerte a la típica manera alemana. —Hals und Beinbruch, Saukerl. Le deseó que se rompiera el cuello y una pierna. Los chicos se reunieron al fondo de la pista ovalada. Unos hacían estiramientos, otros se concentraban y los demás estaban allí porque no les quedaba más remedio. La madre de Rudy, Barbara, estaba sentada al lado de Liesel con su hijo pequeño. Una fina manta estaba a rebosar de niños y hierba arrancada. —¿Veis a Rudy? —preguntó—. Es el que está más a la izquierda. Barbara Steiner era una mujer amable y siempre parecía que llevara el pelo recién cepillado. —¿Dónde? —preguntó una de las niñas. Seguramente Bettina, la más pequeña—. No lo veo. 289