LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 283
Markus Zusak
La ladrona de libros
Champán y acordeones
En el verano de 1942, la ciudad de Molching se preparaba para lo
inevitable. Todavía había gente que se negaba a creer que esa pequeña ciudad a
las afueras de Munich pudiera ser un objetivo, pero la mayoría de la población
era muy consciente de que no se trataba de si lo era o no, sino de cuándo iba a
serlo. Los refugios estaban mejor señalizados, se empezaban a cegar las
ventanas por la noche y todo el mundo sabía dónde estaba el sótano o la bodega
más próxima.
Este precario estado de las cosas en realidad representó un pequeño alivio
para Hans Hubermann. En tiempos malhadados, a su oficio de pintor le llegó la
fortuna y encontró el modo de darle un impulso a su negocio. La gente que
tenía persianas en sus casas estaba lo bastante desesperada para solicitar sus
servicios de pintor. El único problema era que, por lo general, la pintura negra
se utilizaba como mezclador para oscurecer otro color, por lo que pronto se
quedó sin existencias, ya que era difícil de encontrar. En cambio, le sobraba
madera de buen comerciante, y un buen comerciante se sabe todos los trucos,
así que cogía polvillo de carbón, lo mezclaba con pintura y cobraba menos. De
este modo consiguió que la luz que se colaba por las ventanas de muchas casas
de Molching no fuera vista por el enemigo.
Algunos días Liesel lo acompañaba.
Arrastraban los trastos de la pintura por toda la ciudad, oliendo el hambre
en unas calles y negando con la cabeza ante la abundancia de otras. Muchas
veces, de camino a casa, mujeres sin otra cosa que hijos y pobreza a la espalda
se acercaban corriendo y le suplicaban que les pintara las persianas.
«Lo siento, frau Hallah, no me queda pintura negra», contestaba, pero en
cuanto se alejaba un poco acababa dándose por vencido. Un hombre alto y una
calle larga. «Mañana a primera hora», les prometía, y nada más apuntar el alba,
allí estaba, pintando esas persianas a cambio de una galleta, una taza de té o
nada. La noche anterior se había preocupado de encontrar un modo de
convertir el azul, el verde o el beige en negro. Nunca les sugería que cubrieran
las ventanas con mantas de repuesto porque sabía que las necesitarían cuando
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